Página 223 - Mensajes Selectos Tomo 1 (1966)

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El carácter de la ley de Dios
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durante los siglos eternos, pues no importa cuán lejos avancemos en
el conocimiento de la sabiduría y del poder de Dios, siempre queda
un infinito más allá.
La ley divina nos demanda amar a Dios sobre todas las cosas y a
nuestro prójimo como a nosotros mismos. Sin el ejercicio de este
amor, la más elevada profesión de fe es mera hipocresía. Dice Cristo:
“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y
con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el
segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De
estos dos mandamientos—dice Cristo—, depende toda la ley y los
profetas”.
Mateo 22:37-40
.
La ley demanda perfecta obediencia. “Cualquiera que guardare
toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos”.
Santiago 2:10
. No puede ser quebrantado ninguno de los diez precep-
tos sin que haya deslealtad al Dios del cielo. La mínima desviación
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de sus requerimientos, por descuido o transgresión voluntaria, es
pecado, y cada pecado expone al pecador a la ira de Dios. La obe-
diencia era la única condición por la que el antiguo Israel había de
recibir el cumplimiento de las promesas que lo convirtieran en el
pueblo grandemente favorecido por Dios, y la obediencia a esa ley
traerá tan grandes bendiciones a los individuos y a las naciones hoy
día como las que hubiera traído a los hebreos.
Es esencial la obediencia a la ley, no sólo para nuestra salvación,
sino para nuestra felicidad y para la felicidad de aquellos con quienes
nos relacionamos. “Mucha paz tienen los que aman tu ley, y no hay
para ellos tropiezo” (
Salmos 119:165
), dice la Palabra inspirada. Sin
embargo, el hombre finito presentará a la gente esta ley santa, justa
y buena, esta ley de libertad que el Creador mismo ha adaptado para
las necesidades del hombre, como un yugo de opresión, un yugo que
nadie puede llevar. Pero es el pecador el que considera la ley como
un yugo penoso; es el transgresor el que no puede ver belleza en sus
preceptos. Pues la mente carnal “no se sujeta a la ley de Dios, ni
tampoco puede”.
Romanos 8:7
.
“Por medio de la ley es el conocimiento del pecado” (
Romanos
3:20
); pues “el pecado es infracción de la ley”.
1 Juan 3:4
. Mediante
la ley los hombres son convencidos de pecado y deben sentirse como
pecadores, expuestos a la ira de Dios, antes de que comprendan
su necesidad de un Salvador. Satanás trabaja continuamente para