Página 224 - Mensajes Selectos Tomo 1 (1966)

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Mensajes Selectos Tomo 1
disminuir en el concepto del hombre el atroz carácter del pecado.
Y los que pisotean la ley de Dios están haciendo la obra del gran
engañador, pues están rechazando la única regla por la cual pueden
definir el pecado y hacerlo ver claramente en la conciencia del
transgresor.
La ley de Dios llega hasta aquellos propósitos secretos que,
aunque sean pecaminosos, con frecuencia son pasados por alto livia-
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namente, pero que son en realidad la base y la prueba del carácter.
Es el espejo en el cual ha de mirarse el pecador si quiere tener un
conocimiento correcto de su carácter moral. Y cuando se vea a sí
mismo condenado por esa gran norma de justicia, su siguiente paso
debe ser arrepentirse de sus pecados y buscar el perdón mediante
Cristo. Al no hacer esto, muchos tratan de romper el espejo que les
revela sus defectos, para anular la ley que señala las tachas de su
vida y su carácter.
Vivimos en un siglo de gran impiedad. Las multitudes están
esclavizadas por costumbres pecaminosas y malos hábitos, y son
difíciles de romper los grillos que las atan. Como un diluvio, la
iniquidad está inundando la tierra. Ocurren diariamente crímenes
casi demasiado horrorosos para ser mencionados. Y, sin embargo,
hombres que profesan ser atalayas en las murallas de Sion quieren
enseñar que la ley era sólo para los judíos y que caducó con los
gloriosos privilegios que comenzaron en la era evangélica. ¿No hay
acaso una relación entre el desenfreno y el crimen imperantes, y el
hecho de que los ministros y sus fieles sostienen y enseñan que la
ley no está más en vigencia?
El poder condenador de la ley de Dios se extiende no sólo a lo
que hacemos, sino a lo que no hacemos. No hemos de justificarnos
dejando de hacer lo que Dios requiere. No sólo hemos de cesar de
hacer el mal, sino que debemos aprender a hacer el bien. Dios nos
ha dado facultades que deben ejercerse en buenas obras, y si no se
emplean esas facultades, ciertamente seremos considerados como
siervos malos y negligentes. Quizá no hayamos cometido atroces
pecados; tales faltas quizá no estén registradas contra nosotros en
el libro de Dios; pero el hecho de que nuestros actos no sean regis-
trados como puros, buenos, elevados y nobles, lo que indica que no
hemos cultivado los talentos que se nos confiaron, nos coloca bajo
condenación.