La primera tentación de Cristo
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poder de dominio sobre el apetito más poderoso que el hambre y
aun que la muerte.
El significado de la prueba
Cuando Cristo soportó la prueba de la tentación en lo que respec-
ta al apetito, no estaba en el bello Edén, como en el caso de Adán,
con la luz y el amor de Dios que se veían doquiera descansaban
sus ojos. Por el contrario, estaba en un desierto estéril y desolado,
rodeado de animales salvajes. Todo lo que lo rodeaba era repulsi-
vo y era aquello que la naturaleza humana se sentiría inclinada a
rehuir. En ese ambiente, ayunó cuarenta días y cuarenta noches, “y
no comió nada en aquellos días”.
Lucas 4:2
. Estaba demacrado por
el largo ayuno y experimentaba la más aguda sensación de hambre.
Ciertamente, su rostro estaba más desfigurado que el de los hijos de
los hombres.
Así entró Cristo en su vida de conflicto para vencer al poderoso
enemigo, para sobrellevar la prueba que precisamente Adán no había
podido soportar a fin de que, teniendo éxito en el conflicto, pudiera
romper el poder de Satanás y redimir a la raza humana de la desgracia
de la caída.
Todo se perdió cuando Adán se rindió al poder del apetito. El
Redentor, en quien se unían tanto lo humano como lo divino, estuvo
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en el lugar de Adán y soportó un terrible ayuno de casi seis semanas.
Lo extenso de ese ayuno es la mayor evidencia de los alcances de
la pecaminosidad y del poder del apetito depravado sobre la familia
humana.
La humanidad de Cristo alcanzó las profundidades mismas de la
desdicha humana y se identificó con las debilidades y necesidades
del hombre caído, al paso que su naturaleza divina se aferraba del
Eterno. Al llevar las culpas de las transgresiones del hombre, su obra
no consistía en darle a éste autorización para continuar violando
la ley de Dios, lo cual convertía al hombre en deudor ante la ley,
deuda que Cristo mismo estaba pagando con sus sufrimientos. Las
pruebas y sufrimientos de Cristo habían de impresionar al hombre
con la comprensión de su gran pecado al quebrantar la ley de Dios,
y habían de llevarlo al arrepentimiento y a la obediencia de esa ley,
y a ser aceptado por Dios mediante la obediencia. Cristo imputaría