Página 285 - Mensajes Selectos Tomo 1 (1966)

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La segunda tentación de Cristo
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en todas las pruebas y los peligros. Cristo rehusó abusar de la mise-
ricordia de su Padre al colocarse en un peligro que hubiera hecho
necesario que su Padre celestial desplegara su poder para salvarlo
del peligro. Esto hubiera sido forzar la Providencia para su propio
bien, y así no hubiera dejado a los suyos un ejemplo perfecto de fe y
firme confianza en Dios.
El objeto de Satanás al tentar a Cristo fue el de inducirlo a
una atrevida presunción y a mostrar debilidad humana que no lo
convirtiera en un modelo perfecto para los suyos. Satanás pensó
que si Cristo fracasaba al pasar por la prueba de sus tentaciones,
no habría redención para la raza humana y sería completo su poder
sobre ella.
Cristo, nuestra esperanza y ejemplo
La humillación y los angustiosos sufrimientos de Cristo en el
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desierto de la tentación fueron soportados en beneficio de la raza
humana. En Adán se perdió todo por la transgresión. En Cristo esta-
ba la única esperanza del hombre de recuperar el favor de Dios. El
hombre se había distanciado tanto de Dios al transgredir su ley, que
no podía humillarse a sí mismo ante Dios de una manera propor-
cional a la gravedad de su pecado. El Hijo de Dios podía entender
plenamente los provocativos pecados del transgresor, y sólo él, en su
carácter impecable, podía efectuar una expiación aceptable para el
hombre al sufrir la sensación angustiosa del desagrado de su Padre.
El dolor y la angustia del Hijo de Dios por los pecados del mundo
estuvieron en proporción con su excelsitud y pureza divinas, tanto
como con la magnitud de la falta.
Cristo fue nuestro ejemplo en todas las cosas. Cuando vemos su
humillación en la larga prueba y ayuno en el desierto para vencer
por nosotros las tentaciones del apetito, hemos de tomar esta lec-
ción para nosotros mismos cuando somos tentados. Si el poder del
apetito es tan fuerte sobre la familia humana y su complacencia tan
tremenda que el Hijo de Dios se sometió a sí mismo a una prueba
tal, cuán importante es que sintamos la necesidad de mantener domi-
nado el apetito por nuestra razón. Nuestro Salvador ayunó cerca de
seis semanas, a fin de que pudiera ganar la victoria para el hombre
en lo que atañe al apetito. Los profesos cristianos, que tienen una