La tercera tentación de Cristo
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hombre, su poder debía terminar después de un tiempo, y que sería
destruido. Por lo tanto, si era posible, fue su plan estudiado evitar
que se completara la gran obra que había sido comenzada por el Hijo
de Dios. Si fracasaba el plan de la redención del hombre, retendría
el reino que entonces pretendía. Y si tenía éxito, se lisonjeaba con la
idea de que reinaría en oposición al Dios del cielo.
Satanás se regocijó cuando Jesús dejó el cielo abandonando allí
su poder y gloria. Pensó que el Hijo de Dios quedaba colocado en su
poder. Había tenido un éxito tan fácil la tentación de la santa pareja
en el Edén, que él esperó que podría vencer aun al Hijo de Dios con
su astucia y poder satánicos, y que así salvaría su vida y su reino. Si
podía inducir a Cristo a apartarse de la voluntad de su Padre como
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lo había hecho al tentar a Adán y Eva, entonces habría logrado su
propósito.
Había de llegar el tiempo cuando Jesús redimiera la posesión de
Satanás dando su propia vida y, después de un tiempo, se someterían
a él todos los que están en el cielo y en la tierra. Jesús fue firme.
Eligió su vida de sufrimientos, su muerte ignominiosa y, en la forma
establecida por su Padre, el llegar a ser un legítimo gobernante de
los reinos de la tierra, y el recibirlos en sus manos como posesión
eterna. Satanás también será entregado en las manos de Cristo para
ser destruido por la muerte, a fin de que nunca más pueda molestar
a Jesús ni a los santos en gloria.
La tentación resistida decididamente
Jesús dijo a este astuto enemigo: “Vete, Satanás, porque escrito
está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás”.
Mateo 4:10
.
Satanás había pedido que Cristo le diera evidencia de que era el Hijo
de Dios, y tenía ahora la prueba que había pedido. Fue obligado a
obedecer ante la orden divina de Cristo. Fue rechazado y silenciado.
No tenía poder que le permitiera resistir el rechazo perentorio. Sin
que mediara otra palabra, fue obligado a desistir instantáneamente y
a dejar al Redentor del mundo.
El odioso Satanás se retiró. La lucha había terminado. Con
inmenso sufrimiento, la victoria de Cristo en el desierto fue tan
completa como lo fue el fracaso de Adán. Y por un tiempo quedó