Página 311 - Mensajes Selectos Tomo 1 (1966)

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Un divino portador de los pecados
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simbolizado en todos los sacrificios del pasado, en todos los servi-
cios del santuario simbólico. Y se demandaba ese sacrificio. Cuando
comprendemos que el sufrimiento de Cristo fue necesario a fin de
conseguir nuestro bienestar eterno, nuestros corazones son conmo-
vidos y subyugados. El se dio en fianza a sí mismo para realizar
nuestra salvación plena en una forma satisfactoria para las demandas
de la justicia de Dios, y de acuerdo con la excelsa santidad de su ley.
Nadie menos santo que el Unigénito del Padre podría haber
ofrecido un sacrificio que fuera eficaz para limpiar a todos los que
acepten al Salvador como a su expiación—aun a los más pecadores
y degradados—y se hagan obedientes a la ley del Cielo. Nada menos
que eso podía haber restaurado al hombre al favor de Dios.
¿Qué derecho tenía Cristo para sacar a los cautivos de las manos
del enemigo? El derecho de haber efectuado un sacrificio que satis-
face los principios de justicia por los cuales se gobierna el reino de
los cielos. Vino a esta tierra como el Redentor de la raza perdida para
vencer al artero enemigo y, mediante su firme lealtad a lo correcto,
para salvar a todos los que lo acepten como a su Salvador. En la cruz
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del Calvario, pagó el precio de la redención de la raza humana. Y
así ganó el derecho de arrebatar a los cautivos de las garras del gran
engañador, quien, mediante una mentira fraguada contra el gobierno
de Dios, ocasionó la caída del hombre, y así perdió todo derecho a
ser llamado súbdito leal del glorioso y eterno Evangelio de Dios.
Nuestro rescate ha sido pagado por nuestro Salvador. Nadie está
forzado a ser esclavizado por Satanás. Cristo está ante nosotros como
nuestro todopoderoso ayudador. “Debía ser en todo semejante a sus
hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en
lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo. Pues en
cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer
a los que son tentados”.
Hebreos 2:17, 18
.
“A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. Mas a todos los
que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad
de ser hechos hijos de Dios; ... y aquel Verbo fue hecho carne, y
habitó entre nosotros... lleno de gracia y de verdad... De su plenitud
tomamos todos, y gracia sobre gracia”.
Juan 1:11-16
.
Los que son adoptados en la familia de Dios, son transformados
por el Espíritu de Dios. La complacencia propia y el amor supremo
por el yo son cambiados por la abnegación y el supremo amor a Dios.