Página 310 - Mensajes Selectos Tomo 1 (1966)

Basic HTML Version

Capítulo 46—Un divino portador de los pecado
Cristo, el Divino Portador del Pecado
ADÁN cayó por su desobediencia. Había sido quebrantada la
ley de Dios. Había sido deshonrado el gobierno divino, y la justicia
demandaba que se pagara el castigo de la transgresión.
Para salvar a la raza humana de la muerte eterna, el Hijo de Dios
se ofreció como voluntario para llevar el castigo de la desobediencia.
Únicamente mediante la humillación del Príncipe del cielo podía
eliminarse el deshonor, podía satisfacerse la justicia y ser restaurado
el hombre a lo que había perdido por la desobediencia. No había
otro camino. No hubiera sido suficiente que viniera un ángel a esta
tierra para recorrer el mismo sendero donde Adán tropezó y cayó.
Esto no hubiera quitado una sola mancha de pecado ni hubiera dado
una sola hora de gracia al hombre.
Cristo, igual a Dios, el brillo de la gloria del Padre “y la misma
imagen de su sustancia” (
Hebreos 1:3
), revistió su divinidad con
humanidad, y vino a esta tierra a sufrir y morir por los pecadores. El
unigénito Hijo de Dios se humilló a sí mismo y se hizo obediente
[363]
hasta la muerte, y muerte de cruz. Llevando en su cuerpo la maldi-
ción del pecado, colocó la felicidad y la inmortalidad al alcance de
todos.
Uno, honrado por todo el cielo, vino a este mundo para estar en
la naturaleza humana a la cabeza de la humanidad, para testificar
ante los ángeles caídos y ante los habitantes de los mundos no caídos
que, mediante la ayuda divina que ha sido provista, todos pueden
caminar por la senda de la obediencia a los mandamientos de Dios.
El Hijo de Dios murió por los que no buscaban su amor. Sufrió por
nosotros todo aquello con que lo acosó Satanás.
El sacrificio del Salvador por nosotros es maravilloso, casi de-
masiado maravilloso para que lo comprenda el hombre, y estaba
Este Artículo Apareció en
The Signs Of The Times, 30 de septiembre de 1903
.
306