Página 345 - Mensajes Selectos Tomo 1 (1966)

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Cristo nuestro sumo sacerdote
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y al agradecimiento. La gratitud que fluye de nuestros labios es el
resultado de la acción del Espíritu sobre las cuerdas del alma en
santos recuerdos que despiertan la música del corazón.
Los servicios religiosos, las oraciones, la alabanza, la confesión
arrepentida del pecado ascienden desde los verdaderos creyentes
como incienso ante el santuario celestial, pero al pasar por los cana-
les corruptos de la humanidad, se contaminan de tal manera que, a
menos que sean purificados por sangre, nunca pueden ser de valor
ante Dios. No ascienden en pureza inmaculada, y a menos que el
Intercesor, que está a la diestra de Dios, presente y purifique todo
por su justicia, no son aceptables ante Dios. Todo el incienso de
los tabernáculos terrenales debe ser humedecido con las purifica-
doras gotas de la sangre de Cristo. El sostiene delante del Padre
el incensario de sus propios méritos, en los cuales no hay mancha
de corrupción terrenal. Recoge en ese incensario las oraciones, la
alabanza y las confesiones de su pueblo, y a ellas les añade su pro-
pia justicia inmaculada. Luego, perfumado con los méritos de la
propiciación de Cristo, asciende el incienso delante de Dios plena y
enteramente aceptable. Así se obtienen respuestas benignas.
Ojalá comprendieran todos que toda obediencia, todo arrepenti-
miento, toda alabanza y todo agradecimiento deben ser colocados
sobre el fuego ardiente de la justicia de Cristo. La fragancia de esa
justicia asciende como una nube en torno del propiciatorio.
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