Página 344 - Mensajes Selectos Tomo 1 (1966)

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Mensajes Selectos Tomo 1
prendierais, deberíais cesar de obstinaros en vuestras ideas favoritas
y escudriñarías la expiación con corazón humilde. Este asunto es
tan oscuramente comprendido, que miles y miles que pretenden ser
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hijos de Dios son hijos del maligno, porque dependen de sus propias
obras. Dios siempre demandó buenas obras. La ley las demanda.
Pero porque el hombre se colocó en el terreno del pecado donde
sus buenas obras no tenían valor, sólo puede servir la justicia de
Cristo. Cristo puede salvar hasta lo último porque siempre vive para
interceder por nosotros. Todo lo que el hombre tiene la posibilidad
de hacer por su propia salvación es aceptar la invitación: “El que
quiera, tome del agua de la vida gratuitamente”.
Apocalipsis 22:17
.
No hay ningún pecado que pueda cometer el hombre para el cual
no se haya hecho provisión en el Calvario. De esa manera la cruz,
con fervientes exhortaciones, continuamente ofrece al pecador una
expiación completa.
El arrepentimiento y el perdón
Al acercarse a la cruz del Calvario, se ve allí un amor sin paralelo.
Cuando por fe os aferráis al significado del sacrificio, os veis como
pecadores condenados por la ley quebrantada. Esto es arrepenti-
miento. Cuando venís con corazón humilde, encontráis perdón, pues
Cristo Jesús está representado como estando continuamente ante el
altar, donde ofrece momento tras momento el sacrificio por los peca-
dos del mundo. Es ministro del verdadero tabernáculo que el Señor
levantó y no hombre. Las sombras simbólicas del tabernáculo judío
no poseen más virtud alguna. No debe realizarse más una expiación
simbólica, diaria y anual. Pero el sacrificio expiatorio efectuado por
un mediador es esencial debido a que se cometen pecados continua-
mente. Jesús está oficiando en la presencia de Dios, ofreciendo su
sangre derramada como si hubiera sido la de un cordero sacrificado.
Jesús presenta la oblación ofrecida por cada ofensa y cada falta del
pecador.
Cristo, nuestro Mediador, y el Espíritu Santo están intercediendo
constantemente en favor del hombre, pero el Espíritu no ruega por
nosotros como lo hace Cristo, quien presenta su sangre derramada
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desde la fundación del mundo. El Espíritu actúa sobre nuestro co-
razón instándonos a la oración y al arrepentimiento, a la alabanza