Cristo nuestro sumo sacerdote
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asumió la humanidad y se hizo obediente hasta la muerte para que
pudiera padecer el sacrificio infinito.
Cristo soportó cualquier sacrificio que un ser humano pueda
sufrir, a pesar de que Satanás ejerció todo esfuerzo posible para
seducirlo con tentaciones. Pero mientras mayores fueron las tenta-
ciones, más perfecto fue el sacrificio. En su naturaleza humana y
divina combinadas, Cristo soportó todo lo que era posible que el
hombre soportara en el conflicto con Satanás. Obediente e inmacula-
do hasta lo último, murió por el hombre como su sustituto y garantía,
soportando todo lo que el hombre tuviera que soportar debido al
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engañoso tentador, para que el hombre venciera siendo participante
de la naturaleza divina.
La verdad pura está en competencia con la falsedad; la honradez
y la integridad con la astucia y la intriga, en todo aquel que, como
Cristo, está dispuesto a sacrificarlo todo, aún la dádiva misma, por
causa de la verdad. No es fácil resistir a los deseos de Satanás.
Se necesita aferrarse firmemente de la naturaleza divina desde el
principio hasta el fin, o no se logrará hacerlo. Con la victoria obtenida
en la cruz del Calvario, Cristo abre claramente el camino para el
hombre y así le hace posible que guarde la ley de Dios mediante el
Camino, la Verdad y la Vida. No hay otro camino.
La justicia de Cristo se presenta como un don gratuito para el
pecador si la acepta. No tiene nada propio sino lo que está man-
chado y corrompido, contaminado con el pecado, completamente
repulsivo para un Dios puro y santo. Sólo mediante el carácter justo
de Jesucristo el hombre puede acercarse a Dios.
Como sumo sacerdote que está dentro del velo, de tal manera
inmortalizó Cristo el Calvario, que aunque vive para Dios, muere
continuamente para el pecado. De esa manera, si peca algún hombre,
tiene a un abogado ante el Padre.
Resucitó de la tumba circuido de una nube de ángeles de ad-
mirable poder y gloria: la Deidad y la humanidad combinadas. Se
apoderó del mundo sobre el cual Satanás pretendía presidir como
en su legítimo territorio. En la obra admirable de dar su vida, Cristo
restauró a toda la raza humana al favor de Dios...
No defienda nadie la posición limitada y estrecha de que alguna
de las obras del hombre puede ayudarle en lo más mínimo a liquidar
la deuda de su transgresión. Este es un engaño fatal. Si lo com-