350
Mensajes Selectos Tomo 1
El arrepentimiento es un don de Dios
El arrepentimiento, tanto como el perdón, es el don de Dios
mediante Cristo. Mediante la influencia del Espíritu Santo somos
convencidos de pecado y sentimos nuestra necesidad de perdón. Sólo
los contritos son perdonados, pero es la gracia de Dios la que hace
que se arrepienta el corazón. El conoce todas nuestras debilidades y
[415]
flaquezas, y nos ayudará.
Algunos que acuden a Dios mediante el arrepentimiento y la
confesión, y creen que sus pecados han sido perdonados, no re-
curren, sin embargo, a las promesas de Dios como debieran. No
comprenden que Jesús es un Salvador siempre presente y no están
listos para confiarle la custodia de su alma, descansando en él para
que perfeccione la obra de la gracia comenzada en su corazón. Al
paso que piensan que se entregan a Dios, existe mucho de confianza
propia. Hay almas concienzudas que confían parcialmente en Dios y
parcialmente en sí mismas. No recurren a Dios para ser preservadas
por su poder, sino que dependen de su vigilancia contra la tentación
y de la realización de ciertos deberes para que Dios las acepte. No
hay victorias en esta clase de fe. Tales personas se esfuerzan en vano.
Sus almas están en un yugo continuo y no hallan descanso hasta que
sus cargas son puestas a los pies de Jesús.
Se necesitan vigilancia constante y ferviente y amante devoción.
Pero ellas se presentarán naturalmente cuando el alma es preservada
por el poder de Dios, mediante la fe. No podemos hacer nada, ab-
solutamente nada para ganar el favor divino. No debemos confiar
absolutamente en nosotros mismos ni en nuestras buenas obras. Sin
embargo, cuando vamos a Cristo como seres falibles y pecamino-
sos, podemos hallar descanso en su amor. Dios aceptará a cada uno
que acude a él confiando plenamente en los méritos de un Salvador
crucificado. El amor surge del corazón. Puede no haber un éxtasis
de sentimientos, pero hay una confianza pacífica permanente. Toda
carga se hace liviana, pues es fácil el yugo que impone Cristo. El
deber se convierte en una delicia, y el sacrificio en un placer. La
senda que antes parecía envuelta en tinieblas se hace brillante con
los rayos del Sol de Justicia. Esto es caminar en la luz como Cristo
está en la luz.
[416]