El tema presentado en 1883
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por doquiera, y sabían que sin la ayuda divina su muerte era cierta.
Mas estaban dispuestos a lamentar sus heridas, sus dolores, su muer-
te segura, hasta que se terminaba su energía y sus ojos quedaban
vidriosos, cuando podrían haber recibido una curación instantánea.
“Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así” también
fue “el Hijo del hombre... levantado, para que todo aquel que en él
cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”.
Juan 3:14, 15
. Si estáis
conscientes de vuestros pecados, no dediquéis todas vuestras faculta-
des a lamentaros por ellos, sino mirad y vivid. Jesús es nuestro único
Salvador, y aunque millones que necesitan ser curados rechacen su
misericordia ofrecida, nadie que confía en sus méritos será aban-
donado para perecer. Al paso que reconozcamos nuestra condición
impotente sin Cristo, no debemos desanimarnos. Debemos confiar
en un Salvador crucificado y resucitado. Pobre alma, enferma de
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pecado y desanimada, mira y vive. Jesús ha empeñado su palabra;
salvará a todos los que acuden a él.
Venid a Jesús, y recibid descanso y paz. Ahora mismo podéis
tener la bendición. Satanás os sugiere que sois impotentes y que no
podéis bendeciros a vosotros mismos. Es verdad: sois impotentes.
Pero exaltad a Jesús delante de él: “Tengo un Salvador resucitado.
En él confío y él nunca permitirá que yo sea confundido. Yo triunfo
en su nombre. El es mi justicia y mi corona de regocijo”. En lo
que respecta a esto, nadie piense que su caso es sin esperanza, pues
no es así. Quizá os parezca que sois pecadores y estáis perdidos,
pero precisamente por eso necesitáis un Salvador. Si tenéis pecados
que confesar, no perdáis tiempo. Los momentos son de oro. “Si
confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros
pecados, y limpiarnos de toda maldad”.
1 Juan 1:9
. Serán saciados
los que tienen hambre y sed de justicia, pues Jesús lo ha prometido.
¡Precioso Salvador! Sus brazos están abiertos para recibirnos, y su
gran corazón de amor espera para bendecirnos.
Algunos parecen sentir que deben ser puestos a prueba y deben
demostrar al Señor que se han reformado, antes de poder demandar
sus bendiciones. Sin embargo, esas queridas almas pueden pedir
ahora mismo la bendición. Deben tener la gracia de Cristo, el Espíritu
de Cristo que les ayude en sus debilidades, o no podrán formar un
carácter cristiano. Jesús anhela que vayamos a él tal como somos:
pecadores, impotentes, desvalidos.