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Mensajes Selectos Tomo 1
Durante mucho tiempo, hemos deseado y procurado obtener esas
bendiciones, pero no las hemos recibido porque hemos fomentado
la idea de que podríamos hacer algo para hacernos dignos de ellas.
No hemos apartado la vista de nosotros mismos, creyendo que Jesús
es un Salvador viviente. No debemos pensar que nos salvan nuestra
propia gracia y méritos. La gracia de Cristo es nuestra única espe-
ranza de salvación. El Señor promete mediante su profeta: “Deje el
impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a
Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual
será amplio en perdonar”.
Isaías 55:7
. Debemos creer en la promesa
en sí, y no aceptar un sentimiento como si fuera fe. Cuando confie-
mos plenamente en Dios, cuando descansemos sobre los méritos de
Jesús como en un Salvador que perdona los pecados, recibiremos
toda la ayuda que podamos desear.
Miramos a nuestro yo como si tuviéramos poder para salvarnos
a nosotros mismos, pero Jesús murió por nosotros porque somos
impotentes para hacer eso. En él están nuestra esperanza, nuestra
justificación, nuestra justicia. No debemos desalentarnos y temer que
no tenemos Salvador, o que él no tiene pensamientos de misericordia
hacia nosotros. En este mismo momento está realizando su obra en
nuestro favor, invitándonos a acudir a él, en nuestra impotencia, y
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ser salvados. Lo deshonramos con nuestra incredulidad. Es asom-
broso cómo tratamos a nuestro mejor Amigo, cuán poca confianza
depositamos en Aquel que puede salvarnos hasta lo último y que
nos ha dado toda evidencia de su gran amor.
Mis hermanos, ¿esperáis que vuestros méritos os recomendarán
para recibir el favor de Dios, pensando que debéis ser liberados del
pecado antes de que confiéis en su poder para salvar? Si ésta es la
lucha que se efectúa en vuestra mente, temo que no ganéis fortaleza
y que al final quedaréis desanimados.
Mirad y vivid
En el desierto, cuando el Señor permitió que serpientes vene-
nosas atacaran a los israelitas rebeldes, se instruyó a Moisés que
erigiera una serpiente de bronce y ordenara que todos los heridos la
miraran y vivieran. Pero muchos no vieron la utilidad de ese reme-
dio indicado por el Cielo. Los muertos y moribundos los rodeaban