Página 356 - Mensajes Selectos Tomo 1 (1966)

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Mensajes Selectos Tomo 1
mucho tiempo en tinieblas. Un hermano habló de la lucha que había
experimentado antes de que pudiera recibir las buenas nuevas de
que Cristo es nuestra justicia. El conflicto fue difícil, pero el Señor
trabajó con él y su mente fue cambiada y su fortaleza renovada. El
Señor le presentó la verdad en forma clara, revelándole el hecho de
que sólo Cristo es la fuente de toda esperanza y salvación. “En él
estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres”. “Y aquel Verbo
fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria
como del unigénito del Padre) lleno de gracia y de verdad”.
Juan
1:4, 14
.
Uno de nuestros jóvenes ministros dijo que había disfrutado
más de la bendición y amor de Dios durante esa reunión que en
toda su vida antes. Otro declaró que las pruebas, las perplejidades
y los conflictos que había soportado en su mente habían sido de
tal naturaleza que se había visto tentado a renunciar a todo. Había
sentido que no había esperanza para él, a menos que pudiera obtener
más de la gracia de Cristo, pero que mediante la influencia de las
reuniones había experimentado un cambio de corazón y tenía un
conocimiento mejor de la salvación mediante la fe en Cristo. Vio que
tenía el privilegio de ser justificado por la fe. Quedó en paz con Dios
y, con lágrimas, confesó qué alivio y bendición había recibido en su
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alma. En todas las reuniones sociales se dieron muchos testimonios
en cuanto a la paz, el consuelo y el gozo que los hermanos habían
encontrado al recibir la luz.
Agradecemos al Señor de todo corazón porque tenemos una
preciosa luz que presentar ante la gente, y nos regocijamos porque
tenemos un mensaje para este tiempo que es verdad presente. Las
nuevas de que Cristo es nuestra justicia han proporcionado alivio a
muchísimas almas, y Dios dice a su pueblo: “Avanzad”. El mensaje a
la iglesia de Laodicea se aplica a nuestra condición. Cuán claramente
se describe la posición de los que creen que tienen toda la verdad,
que se enorgullecen de su conocimiento de la Palabra de Dios, al
paso que no se ha sentido en su vida el poder santificador de ella.
Falta en su corazón el fervor del amor de Dios, pero precisamente
ese fervor del amor es lo que hace que el pueblo de Dios sea la luz
del mundo.