Página 357 - Mensajes Selectos Tomo 1 (1966)

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Presentado como una antigua verdad en un nuevo marco
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El mensaje a Laodicea
El Testigo fiel dice de una iglesia fría, sin vida y sin Cristo: “Yo
conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o
caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomi-
taré de mi boca”.
Apocalipsis 3:15, 16
. Tomad buena nota de las
siguientes palabras: “Porque tú dices: Yo soy rico y me he enrique-
cido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y
no sabes
que tú eres un
desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo”.
Apocalipsis 3:17
.
Aquí se representa a aquellos que se enorgullecen de sí mismos por
su posesión de conocimiento y ventajas espirituales. Pero no han
respondido a las bendiciones inmerecidas que Dios les ha conferido.
Han estado llenos de rebelión, ingratitud y olvido de Dios, y todavía
él los ha tratado como un padre amante y perdonador trata a un hijo
ingrato y descarriado. Han resistido a su gracia, han abusado de sus
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privilegios, han menospreciado sus oportunidades y se han confor-
mado con hundirse en la satisfacción, en la lamentable ingratitud, el
formalismo vacío y la insinceridad hipócrita. Con orgullo farisaico
han alardeado de sí mismos hasta que se ha dicho de ellos: “Tú
dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo
necesidad”.
¿No ha enviado acaso el Señor Jesús mensaje tras mensaje de
reproche, de amonestación, de súplica a estos que están satisfechos
de sí mismos? ¿No han sido despreciados y rechazados sus consejos?
¿No han sido tratados con menosprecio sus mensajeros delegados,
y han sido recibidas sus palabras como fábulas ociosas? Cristo ve
lo que no ve el hombre. Ve los pecados que, si no son borrados
por el arrepentimiento, agotarán la paciencia de un Dios tolerante.
Cristo no puede aceptar los nombres de los que están satisfechos en
su suficiencia propia. No puede instar a favor de un pueblo que no
siente necesidad de ayuda, que pretende conocer y poseer todo.
El gran Redentor se representa a sí mismo como un comerciante
celestial, cargado de riquezas, que llama de casa en casa presentando
sus mercaderías incomparables, y diciendo: “Yo te aconsejo que de
mí compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y vestiduras
blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu des-
nudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas. Yo reprendo y
castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete. He aquí,