“Has dejado tu primer amor”
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sido exaltado en lugar del Redentor de la humanidad. La ley ha de
ser presentada a sus transgresores no como algo apartado de Dios,
sino más bien como un exponente de su pensamiento y carácter.
Así como la luz del sol no puede ser separada del sol, así la ley de
Dios no puede ser presentada adecuadamente al hombre separada
de su Autor divino. El mensajero debiera poder decir: “En la ley
está la voluntad de Dios. Venid, ved por vosotros mismos que la
ley es lo que Pablo declaró: ‘santa, justa y buena’”. Reprocha el
pecado, condena al pecador, pero le muestra su necesidad de Cristo,
en el cual hay abundante misericordia, bondad y verdad. Aunque la
ley no puede remitir el castigo del pecado, sino cargar al pecador
con toda su deuda, Cristo ha prometido perdón abundante a todos
los que se arrepienten y creen en su misericordia. El amor de Dios
se extiende en abundancia hacia el alma arrepentida y creyente. El
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sello del pecado en el alma puede ser raído solamente por la sangre
del Sacrificio expiatorio. No se requirió una ofrenda menor que el
sacrificio de Aquel que era igual al Padre. La obra de Cristo, su vida,
humillación, muerte e intercesión por el hombre perdido, magnifican
la ley y la hacen honorable.
Han estado desprovistos de Cristo muchos sermones predica-
dos acerca de las demandas de la ley. Y esa falta ha hecho que la
verdad fuera ineficaz para convertir a las almas. Sin la gracia de
Cristo, es imposible dar un paso en obediencia a la ley de Dios. Por
lo tanto, ¡cuán necesario es que el pecador oiga del amor y poder
de su Redentor y Amigo! Al paso que el embajador de Cristo de-
biera presentar claramente las demandas de la ley, debiera también
hacer comprender que nadie puede ser justificado sin el sacrificio
expiatorio de Cristo. Sin Cristo, no puede haber sino condenación
y una horrenda expectación de juicio y de hervor de fuego y una
separación final de la presencia de Dios. Pero aquel cuyos ojos han
sido abiertos para ver el amor de Cristo, contemplará el carácter de
Dios lleno de amor y compasión. Dios no aparecerá como un ser
tiránico e implacable sino como un Padre que anhela recibir en sus
brazos a su hijo arrepentido. El pecador clamará con el salmista:
“Como el padre se compadece de los hijos, se compadece Jehová de
los que le temen”.
Salmos 103:13
. Toda desesperación es eliminada
del alma cuando se ve a Cristo en su verdadero carácter.