Actitudes acerca de los Testimonios
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Las dudas acariciadas por la ignorancia, el orgullo o el amor a las
prácticas pecaminosas, remachan sobre el alma grillos que rara vez
se quebrantan. Cristo, y sólo él, puede dar el poder necesario para
quebrantarlos.
Los testimonios del Espíritu de Dios son dados para dirigir a
los hombres a su Palabra, que ha sido descuidada. Ahora bien, si
sus mensajes no son atendidos, el Espíritu Santo queda excluido del
alma. ¿Qué otros medios tiene Dios en reserva para enseñar a los
que yerran y mostrarles su verdadera condición?
Las iglesias que han fomentado influencias que disminuyen la fe
en los testimonios, son débiles y vacilantes. Algunos ministros tra-
bajan para atraer a la gente hacia ellos. Cuando se hace un esfuerzo
para corregir cualquier error en esos ministros, se mantienen en su
independencia y dicen: “Mi iglesia acepta mis labores”.
Jesús dijo: “Todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y
no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas”. Hay
muchos hoy día que siguen una conducta similar. En los testimonios
se especifican precisamente los pecados de los cuales ellos son
culpables. Por lo tanto, no tienen deseo de leerlos. Hay quienes desde
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su juventud han recibido amonestaciones y reproches por medio de
los testimonios, ¿pero han caminado en la luz y se han reformado?
De ninguna manera. Todavía acarician los mismos pecados; tienen
los mismos defectos de carácter. Esos males dañan la obra de Dios y
dejan su impresión sobre las iglesias. No se efectúa la obra que el
Señor haría para poner a las iglesias en orden, porque los miembros
individualmente—y especialmente los dirigentes de la grey—no se
dejan corregir.
Más de uno profesa aceptar los testimonios, al paso que ellos no
tienen influencia en su vida ni en su carácter. Sus faltas se hacen
más fuertes por la indulgencia hasta que, habiendo sido reprochado
con frecuencia y no habiendo obedecido al reproche, pierde el poder
del dominio propio y se endurece en su conducta de errores. Si está
fatigado, si la debilidad se posesiona de él, no tiene poder moral
para levantarse por encima de las debilidades de carácter que no
venció. Estas se convierten en sus puntos más fuertes y es abatido por
ellas. Póngaselo entonces a prueba y pregúntesele: “¿No le reprochó
Dios, hace años, esta fase de su carácter mediante los testimonios?”
Contestará: “Sí, recibí un testimonio escrito que decía que estaba