Página 69 - Mensajes Selectos Tomo 1 (1966)

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Una explicación de las primeras declaraciones
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Por un tiempo después del chasco de 1844, sostuve junto con el
conjunto de adventistas que la puerta de la gracia quedó entonces
cerrada para siempre para el mundo. Tomé esa posición antes de que
se me diera mi primera visión. Fue la luz que me dio Dios la que
corrigió nuestro error y nos capacitó para ver la verdadera situación.
Todavía creo en la teoría de la puerta cerrada, pero no en el
sentido en que se empleó el término al principio o en el que es
empleado por mis oponentes.
Hubo una puerta cerrada en los días de Noé. Entonces fue reti-
rado el Espíritu de Dios de la raza pecaminosa que pereció en las
aguas del diluvio. Dios mismo dio a Noé el mensaje de la puerta
cerrada:
“No contenderá mi espíritu con el hombre para siempre, porque
ciertamente él es carne; mas serán sus días ciento veinte años”.
Génesis 6:3
.
Hubo una puerta cerrada en los días de Abrahán. La misericor-
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dia dejó de interceder por los habitantes de Sodoma, y todos, con
excepción de Lot, su esposa y dos hijas, fueron consumidos por el
fuego que descendió del cielo.
Hubo una puerta cerrada en los días de Cristo. El Hijo de Dios
declaró a los judíos incrédulos de esa generación: “Vuestra casa os
es dejada desierta”.
Mateo 23:38
.
Mirando hacia la corriente del tiempo en los últimos días, el
mismo poder infinito proclamó mediante Juan:
“Esto dice el Santo, el Verdadero, el que tiene la llave de David,
el que abre y ninguno cierra, y cierra y ninguno abre”.
Apocalipsis
3:7
.
Se me mostró en visión, y todavía lo creo, que hubo una puerta
cerrada en 1844. Todos los que vieron la luz de los mensajes del
primero y segundo ángeles y rechazaron esa luz, fueron dejados en
tinieblas. Y los que la aceptaron y recibieron el Espíritu Santo que
acompañó a la proclamación del mensaje celestial, y que después
renunciaron a su fe y declararon que su experiencia había sido
un engaño, de ese modo rechazaron al Espíritu de Dios, y éste no
intercedió más por ellos.
Los que no vieron la luz, no fueron culpables de rechazarla. Los
únicos a los cuales el Espíritu de Dios no podía alcanzar eran los que
habían despreciado la luz celestial. Y en esa clase estaban incluidos,