Página 70 - Mensajes Selectos Tomo 1 (1966)

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Mensajes Selectos Tomo 1
como lo he dicho, tanto los que rehusaron aceptar el mensaje cuan-
do les fue presentado, como los que, habiéndolo recibido, después
renunciaron a su fe. Estos podrían tener una forma de piedad y pro-
fesar ser seguidores de Cristo. Pero no teniendo una comunicación
viviente con Dios, eran llevados cautivos por los engaños de Satanás.
Se presentan esas dos clases en la visión—los que declararon que
era un engaño la luz que habían seguido, y los impíos del mundo
que, habiendo rechazado la luz, habían sido rechazados por Dios.
No se hace referencia a los que no habían visto la luz y, por lo tanto,
no eran culpables de su rechazo.
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Para probar que yo creía y enseñaba la doctrina de la puerta
cerrada, el Sr. C presenta una cita de la.
Review del 11 de junio de
1861
, firmada por nueve de nuestros miembros importantes. La cita
dice así:
“Nuestros conceptos de la obra que nos correspondía eran enton-
ces mayormente vagos e indefinidos; algunos se aferraban todavía a
la idea aceptada por el conjunto de creyentes adventistas de 1844, a
cuya cabeza estaba Guillermo Miller, de que nuestra obra para ‘el
mundo’ había terminado y que el mensaje se restringía a aquellos
de la fe adventista original. Tan firmemente se creía esto que casi
se le rehusó el mensaje a uno de los nuestros, pues el que sostenía
esto tenía dudas de la posibilidad de la salvación de aquél porque no
había estado en ‘el movimiento de 1844’”.
Sólo necesito añadir a esto que en la misma reunión en que se
insistió que el mensaje no podía ser dado a ese hermano, mediante
una visión se me dio un testimonio para animarlo a confiar en Dios
y dar su corazón plenamente a Jesús, lo que él hizo entonces y allí
mismo.
Una conjetura irrazonable
En otro pasaje del libro
A Word to the Little Flock
(Un mensaje
a la pequeña grey), hablo de escenas de la “tierra nueva y declaro
que allí vi a santos de la antigüedad: Abrahán, Isaac, Jacob, Noé,
Daniel y muchos como ellos”. Porque hablo de haber visto a esos
hombres, nuestros oponentes
conjeturan
que entonces yo creía en
la inmortalidad del alma y que habiendo cambiado después mis