Página 126 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 1
durante 36 años, coloqué mis manos sobre sus ojos y dije: “Señor, a
ti encomiendo mi tesoro hasta la mañana de la resurrección”.
Cuando vi que estaba muriendo y contemplé a los muchos ami-
gos que simpatizaban conmigo, pensé: ¡Qué contraste con la muerte
de Jesús cuando pendía de la cruz! ¡Qué contraste! En la hora de
su agonía los escarnecedores se burlaban de él y lo insultaban. Pero
él murió y pasó por la tumba para iluminarla a fin de que nosotros
tuviéramos gozo y esperanza aun en el momento de la muerte; para
que pudiéramos decir cuando encomendamos a nuestros amigos
muertos al reposo en Jesús: Volveremos a encontrarlos.
En algunos momentos me parecía insoportable la idea de que mi
esposo pudiera morir; pero entonces estas palabras surgían en mi
mente: “Estad quietos, y conoced que yo soy Dios”.
Salmos 46:10
.
Siento agudamente mi pérdida, pero no me atrevo a entregarme a
la aflicción inútil. Esto no traerá de vuelta al que ha muerto. Y no
soy tan egoísta para desear, si pudiera, sacarlo de su sueño pacífico
para lanzarlo nuevamente a las batallas de la vida. Como un cansado
guerrero, se ha acostado para dormir. Miraré con placer su lugar de
descanso. La mejor forma en que yo y mis hijos podemos honrar la
memoria del que ha caído, consiste en proseguir la obra en el lugar
en que él la dejó, y con la fortaleza de Jesús llevarla adelante hasta
completarla. Estaremos agradecidos por los años de utilidad que se
le concedieron, y por amor a él y por amor a Cristo aprenderemos de
su muerte una lección que nunca olvidaremos. Permitiremos que esta
aflicción nos haga más bondadosos y benévolos, más perdonadores,
pacientes y considerados con los que viven.
Vuelvo a tomar sola la obra de mi vida, plenamente confiada en
que mi Redentor me acompañará. Disponemos sólo de poco tiempo
para pelear la batalla; después de eso Cristo vendrá y esta escena
de conflicto llegará a su final. Entonces habremos hecho nuestros
últimos esfuerzos por trabajar con Cristo, y por hacer progresar su
reino. Algunos que han estado en el frente de batalla, resistiendo
celosamente los avances del enemigo, caen en el puesto del deber;
los que viven contemplan con aflicción a los héroes caídos, pero no
hay tiempo para dejar de trabajar. Hay que estrechar las filas, tomar
la bandera de la mano paralizada por la muerte, y con renovada
energía vindicar la verdad y el honor de Cristo. Como nunca antes
hay que resistir contra el pecado y contra los poderes de las tinieblas.
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