Los jóvenes observadores del sábado
El 22 de agosto de 1857, en la casa de oración de Monterrey,
Estado de Míchigan, se me mostró que muchos no han oído todavía
la voz de Jesús, ni se ha posesionado de su alma el mensaje salvador
para realizar una reforma en su vida. Muchos de los jóvenes no
abrigan el espíritu de Jesús. El amor de Dios no mora en su corazón,
y por lo tanto, todas las tendencias naturales que los asedian obtienen
la victoria, en lugar del Espíritu de Dios y la salvación.
Los que poseen realmente la religión de Jesús no se avergonzarán
ni temerán llevar la cruz ante aquellos que tienen más experiencia
que ellos. Desearán toda la ayuda que puedan obtener de los cristia-
nos de más edad, si anhelan con fervor obrar con rectitud. Aquellos
les ayudarán gustosamente; las bagatelas no estorbarán en la carrera
cristiana a los de corazón enternecido por el amor de Dios. Hablarán
de lo que el Espíritu de Dios obra en ellos. Lo expresarán con canto
y oración. Es la falta de religión, la falta de una vida santificada, lo
que hace retroceder a los jóvenes. Su vida los condena. Ellos saben
que no viven como debieran vivir los cristianos; por lo tanto, no
tienen confianza ante Dios, ni ante la iglesia.
Cuando los jóvenes sienten más libertad al estar ausentes los
mayores, es porque están con los de su clase. Cada uno piensa que es
tan bueno como el otro. Todos quedan por debajo de lo que debieran
ser; pero se miden por sí mismos, se comparan entre sí y descuidan
la única norma perfecta y verdadera. Jesús es el verdadero Modelo.
Su vida de abnegación es nuestro estandarte.
Vi cuán poco se estudia el Modelo, cuán poco se lo ensalza
delante de ellos. ¡Cuán poco sufren los jóvenes, o se niegan a sí
mismos por su religión! Apenas si se piensa en el sacrificio entre
ellos. No imitan al Modelo a este respecto. Vi que el lenguaje de su
vida es: el yo debe ser complacido, el orgullo debe ser satisfecho. Se
olvidan del Varón de dolores, que conoció el pesar. Los sufrimientos
de Jesús en el Getsemaní, su sudor como de grandes gotas de sangre
en el huerto, la apretada corona de espinas que hirió su sagrada
[146]
172