Página 177 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Los jóvenes observadores del sábado
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frente, no los conmueven. Se han encallecido. Sus sensibilidades
están embotadas, y han perdido toda noción del gran sacrificio hecho
por ellos. Pueden quedar sentados escuchando la historia de la cruz,
y oyendo cómo los crueles clavos traspasaron las manos y los pies
del Hijo de Dios sin conmoverse hasta lo más profundo del alma.
Dijo el ángel: “Si los tales fueran introducidos en la ciudad de
Dios, y se les dijera que toda su rica belleza y gloria serán para que
las disfruten eternamente, no se darían cuenta de cuán elevado precio
se pagó por esta herencia que se les destina. Nunca comprenderán
las inconmensurables profundidades del amor del Salvador. No han
bebido de su copa ni han sido bautizados con su bautismo. El cielo
se mancillaría si los tales moraran allí. Únicamente aquellos que han
participado de los sufrimientos del Hijo de Dios y han subido de la
gran tribulación y lavado sus vestiduras y las han emblanquecido en
la sangre del Cordero, pueden disfrutar de la gloria indescriptible y
la belleza insuperable del cielo”.
La falta de esta preparación necesaria excluirá a la mayor parte
de los jóvenes que profesan el cristianismo; porque éstos no trabajan
con bastante fervor y celo para obtener el reposo que queda para
el pueblo de Dios. No quieren confesar sinceramente sus pecados,
para que les sean perdonados y borrados. Estos pecados se revelarán
dentro de poco en toda su enormidad. El ojo de Dios no dormita.
Conoce todo pecado oculto ante el ojo mortal. Los culpables saben
exactamente qué pecados han de confesar para que sus almas queden
limpias delante de Dios. Jesús les está dando ahora oportunidad de
confesarlos, y arrepentirse con profunda humildad y purificar su
vida obedeciendo a la verdad y viviendo de acuerdo con ella. Ahora
es el momento de corregir los males y de confesar los pecados, o
aparecerán delante del pecador en el día de la ira de Dios.
Los padres confían generalmente demasiado en sus hijos; y suce-
de con frecuencia que, cuando los padres confían en ellos, estos hijos
están sumidos en iniquidad oculta. Padres, velad sobre vuestros hijos
con cuidado celoso. Exhortadlos, reprendedlos, aconsejadlos cuan-
do os levantáis y cuando os sentáis; cuando salís y cuando entráis;
“mandamiento tras mandamiento,... línea sobre línea, un poquito allí,
otro poquito allá”.
Isaías 28:10
. Subyugad a vuestros hijos cuando
son jóvenes. Muchos padres descuidan esto lamentablemente. No
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asumen una actitud tan firme y decidida como debieran asumirla