Página 183 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Los jóvenes observadores del sábado
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Se les insta a cada paso. Una religión tal no vale nada. Si cambia el
corazón carnal, no habrá tal obra rutinaria, ni personas de corazón
frío que profesen servir a Dios. Todo el amor al vestido y a las apa-
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riencias habrá desaparecido. El tiempo que pasáis delante del espejo,
arreglando vuestro cabello para que agrade al ojo, será dedicado a la
oración y al escudriñamiento del corazón. En el corazón santificado
no habrá cabida para el atavío exterior, sino una búsqueda ferviente
y ansiosa del adorno interior; las gracias cristianas y los frutos del
Espíritu de Dios.
Dice el apóstol: “Vuestro atavío no sea el externo de peinados
ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos, sino el interno,
el del corazón en el incorruptible ornato de un espíritu afable y
apacible, que es de grande estima delante de Dios”.
1 Pedro 3:3-4
.
Subyugad la mente carnal, reformad la vida, y no se idolatrará
el pobre cuerpo mortal. Si se reforma el corazón, ello se notará
en la apariencia exterior. Si Cristo es en nosotros la esperanza de
gloria, descubriremos tan incomparables encantos en él que el alma
se enamorará. Se aferrará a él, eligirá amarle, y por admiración a
él, será olvidado el yo. Jesús será magnificado y adorado, y el yo
humillado y abatido. Pero profesar el cristianismo sin este amor
profundo, es simple palabrería, árido formalismo y penosa rutina.
Muchos de vosotros conserváis una noción mental de la religión,
una religión exterior, aunque el corazón no ha sido purificado. Dios
mira el corazón, pues “todas las cosas están desnudas y abiertas a
los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta”.
Hebreos 4:13
.
¿Se quedará él satisfecho con algo menor que la verdad en el fuero
íntimo? Toda alma verdaderamente convertida llevará las señales
inequívocas de que la mente carnal ha sido subyugada.
Hablo claramente. No pienso que esto desanimará a un verdadero
cristiano; no quiero que ninguno de vosotros llegue al tiempo de
angustia sin una esperanza bien fundada en su Redentor. Resolved
conocer lo peor de vuestro caso. Averiguad si tenéis una herencia en
el cielo. Tratad verazmente con vuestra alma. Recordad que Jesús
presentará a su Padre una iglesia sin mancha, ni arruga, ni cosa
semejante.
¿Cómo habéis de saber que sois aceptos a Dios? Estudiad su
Palabra con oración. No la pongáis a un lado por ningún otro libro.
Ella os convence de pecado. Revela claramente el camino de la sal-