Página 216 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

Basic HTML Version

Las casas de culto
Vi que muchos de aquellos a quienes Dios ha confiado recursos,
se sienten libres para usarlos liberalmente según su propia conve-
niencia y establecer hogares placenteros en esta tierra; pero cuando
edifican una casa en la cual se ha de adorar al gran Dios que habita
en la eternidad, no pueden permitirle que use los recursos que él
les prestó. No rivalizan los miembros en demostrar su gratitud a
Dios por la verdad, haciendo todo lo que pueden para preparar un
lugar de culto apropiado; por el contrario, algunos tratan de hacer lo
menos posible. Les parece que lo que gastan en la preparación de
un lugar donde puedan recibir la visita del Altísimo se ha de contar
como pérdida. Tal ofrenda es coja, e inaceptable para Dios. Vi que le
agradaría mucho más a Dios si sus hijos manifestasen tanta sabiduría
al prepararle una casa a él como la que manifiestan al construir sus
propias moradas.
Los sacrificios y las ofrendas de los hijos de Israel debían ser
sin mácula ni defecto, lo mejor de los rebaños; y se requería que
cada uno participase en esta obra. La obra de Dios para este tiempo
será extensa. Si edificáis una casa para el Señor, no le ofendáis ni
[181]
le pongáis limitaciones al echar vuestras ofrendas cojas. Poned en
la casa edificada para Dios la mejor ofrenda. Sea ella lo mejor de
lo mejor que poseéis. Manifestad interés en hacerla conveniente y
cómoda. Algunos piensan que esto no tiene importancia porque el
tiempo es muy corto. Entonces aplicad la misma regla a vuestras
propias moradas, y a todos vuestros planes mundanales.
Vi que Dios podría llevar a cabo su obra sin ayuda de ningún
hombre; pero tal no es su plan. El mundo actual está destinado a
ser un escenario de prueba para el hombre. Este debe formar aquí
un carácter que le acompañará en el mundo eterno. Delante de él se
halla el bien y el mal, y su estado futuro depende de la elección que
haga. Cristo vino para cambiar la corriente de sus pensamientos y
afectos. Su corazón debe ser apartado de su tesoro terrenal, y fijado
en el celestial. Por su abnegación, Dios será glorificado. El gran
212