Página 24 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Mi infancia
Nací en la localidad de Gorham, Maine (Estados Unidos), el
26 de noviembre de 1827. Mis padres, Roberto y Eunice Harmon,
habían vivido durante muchos años en el Estado de Maine.
En los años de su juventud llegaron a ser miembros fervientes
y piadosos de la Iglesia Metodista Episcopal. Se destacaron en su
actuación en la iglesia y trabajaron durante cuarenta años por la con-
versión de los pecadores y para edificar la causa de Dios. Durante
este lapso experimentaron el gozo de ver a sus ocho hijos converti-
dos y en el rebaño de los fieles de Cristo. Sin embargo sus firmes
convicciones acerca de la segunda venida de Cristo, produjeron en
1843 la separación de la familia de la Iglesia Metodista.
Cuando yo era solamente una criatura, mis padres se mudaron
de Gorham a Portland, Maine. A la edad de nueve años me sucedió
allí un accidente que afectaría toda mi vida. Ocurrió en la forma que
sigue. Mi hermana gemela, una compañera de escuela y yo cruzába-
mos un terreno desocupado en el pueblo de Portland. De pronto una
niña de unos trece años de edad se enojó por algo sin importancia y
comenzó a seguirnos amenazando con golpearnos. Nuestros padres
nos habían enseñado que nunca debíamos discutir ni pelearnos con
nadie; en cambio, nos habían dicho que si corríamos peligro de su-
frir algún daño o maltrato, debíamos apresurarnos a volver al hogar.
Y eso era precisamente lo que hacíamos en ese momento, lo más
rápidamente posible. Pero la niña enojada también nos persiguió
a todo correr con una piedra en la mano. En un momento volví la
cabeza para ver a qué distancia venía nuestra perseguidora, y ella,
precisamente en ese instante, arrojó la piedra alcanzándome de lleno
en la nariz. El golpe me hizo caer al suelo desmayada. Cuando volví
en mí me encontré en una tienda de artículos varios. Tenía la ropa
cubierta de sangre que manaba abundantemente de la nariz y corría
hasta el suelo. Una bondadosa persona a quien yo no conocía se
ofreció para llevarme a casa en su coche tirado por caballos; pero
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yo, sin darme cuenta del estado de debilidad en que me encontraba,
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