Mi infancia
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le dije que prefería caminar hasta mi hogar antes que ensuciarle el
coche con sangre. Los espectadores, sin percatarse de la gravedad de
mi herida, me permitieron actuar de acuerdo con mis deseos; pero
tras haber recorrido sólo una corta distancia me sentí mareada y muy
débil. Mi hermana gemela y mi compañera me llevaron a casa.
No recuerdo nada de lo que sucedió durante cierto tiempo des-
pués del accidente. Mi madre dijo que durante tres semanas yo había
vivido en un estado de sopor, inconsciente de lo que pasaba a mi
alrededor. Nadie más, fuera de ella, creía que me recuperaría; pero
por alguna razón ella presintió que yo viviría. Una bondadosa veci-
na que antes había mostrado mucho interés en mí, pensó en cierto
momento que me iba a morir. Quería comprar un traje para vestirme
para el funeral, pero mi madre le dijo: “Todavía no”, porque algo le
decía que yo no moriría.
Cuando recuperé la conciencia tuve la impresión de que había
estado dormida. No recordaba el accidente e ignoraba cuál era la
causa de mi enfermedad. Después de recobrar algo mis fuerzas, sentí
curiosidad al oír decir a los que venían a visitarme: “¡Qué lástima!”
“No la hubiera reconocido”, y otras expresiones parecidas. Pedí
un espejo, y después de mirarme en él quedé horrorizada al ver el
cambio que se había realizado en mi apariencia. Habían cambiado
todos los rasgos de mi cara. Al romperme el hueso de la nariz se
había desfigurado mi rostro.
El pensamiento de tener que arrastrar mi desgracia durante toda
la vida me resultaba insoportable. No veía cómo podría obtener
placer alguno de una existencia como ésa. No deseaba vivir, y sin
embargo temía morir, porque no estaba preparada. Los amigos que
nos visitaban sentían lástima por mí, y aconsejaban a mis padres
que entablaran juicio contra el padre de la niña que, decían ellos,
me había arruinado. Pero mi madre prefería mantener una actitud
pacífica. Dijo que si ese procedimiento legal pudiera devolverme la
salud y el aspecto natural de mi rostro que había perdido, entonces
ganaríamos algo al llevarlo a cabo; pero como tal cosa era imposible,
era mejor no echarse encima enemigos al entablar una demanda
judicial.
Algunos médicos dijeron que tal vez mediante un alambre de
plata insertado en la nariz sería posible corregir la deformación.
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Ese procedimiento habría sido muy doloroso; temían, además, que