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Testimonios para la Iglesia, Tomo 1
consejos de padres piadosos, y no han de pensar que porque han
cumplido algunos años más ya no tienen obligaciones para con ellos.
Hay un mandamiento que encierra una promesa para los que amen a
su padre y a su madre. En estos postreros días, los hijos se distinguen
tanto por su desobediencia y falta de respeto, que Dios lo ha notado
especialmente. Ello constituye una señal de que el fin se acerca y
demuestra que Satanás ejerce un dominio casi completo sobre la
mente de los jóvenes. Muchos no respetan ya las canas. Se considera
que eso es anticuado; que es una costumbre que data de los tiempos
de Abraham. Dijo Dios: “Yo lo he conocido, sé que mandará a sus
hijos y a su casa después de sí”.
Génesis 18:19
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Antiguamente, no se permitía a los hijos que se casaran sin el
consentimiento de sus padres. Los padres elegían los cónyuges de
sus hijos. Se consideraba delito que los hijos contrajesen matrimonio
por su propia responsabilidad. Primero se presentaba el asunto ante
los padres, y ellos debían considerar si la persona que iba a ser puesta
en íntima relación con ellos era digna, y si las partes contrayentes
podían sostener una familia. Se consideraba de suma importancia
que ellos, como adoradores del verdadero Dios, no se uniesen en
matrimonio con gente idólatra, a fin de que sus familias no fuesen
apartadas de Dios. Aun después que los hijos se habían casado,
se hallaban bajo la más solemne obligación para con sus padres.
Su juicio no era considerado aun entonces como suficiente sin el
consejo de los padres, y se les exigía que respetasen y acatasen sus
deseos, a menos que éstos se opusieran a los requisitos de Dios.
También fue llamada mi atención a la condición de los jóvenes
en estos últimos días. No se ejerce dominio sobre los niños. Padres,
debéis principiar vuestra primera lección de disciplina cuando vues-
tros hijos son aún niños mamantes en vuestros brazos. Enseñadles a
conformar su voluntad a la vuestra. Esto puede hacerse con sereni-
dad y firmeza. Los padres deben ejercer un dominio perfecto sobre
su propio genio, y con mansedumbre, aunque con firmeza, doblegar
la voluntad del niño hasta que no espere otra cosa sino el deber de
ceder a sus deseos.
Los padres no empiezan a tiempo, no subyugan la primera ma-
nifestación del mal genio del niño, y éste nutre una terquedad que
aumentará con el crecimiento y se fortalecerá a medida que él mismo
adquiera fuerza. Algunos niños piensan que por ser ya mayorcitos