Deberes para con los hijos
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es la cosa más natural que se los deje hacer su propia voluntad y que
sus padres se sometan a sus deseos. Ellos esperan que sus padres
los sirvan. Las restricciones los impacientan, y cuando ya tienen
bastante edad para ayudar a sus padres, no llevan las cargas que
debieran llevar. Se les ha eximido de las responsabilidades, y se
vuelven inútiles para el hogar y para cualquier ambiente. No tienen
poder de resistencia. Los padres han llevado las cargas, y los han de-
jado crecer ociosos, sin hábitos de orden, laboriosidad ni economía.
No se los ha habituado a la abnegación, sino que se los ha mimado y
echado a perder. Sus apetitos han sido fomentados; y llegan a la edad
adulta con la salud debilitada. Sus modales y comportamiento no
son agradables. Son desdichados ellos mismo, y hacen desdichados
a cuantos los rodean. Y mientras los hijos son aún niños, mientras
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necesitan ser disciplinados, se les deja salir en grupos y buscar la
sociedad de los jóvenes, y unos ejercen una influencia corruptora
sobre otros.
La maldición de Dios descansará seguramente sobre los padres
infieles. No sólo están ellos plantando espinas que los habrán de herir
aquí, sino que deberán arrostrar su propia responsabilidad cuando se
abra el juicio. Muchos hijos se levantarán en el juicio y condenarán
a sus padres porque no los reprendieron, y los harán responsables
de su destrucción. La falsa simpatía y el amor ciego de los padres
los impulsa a excusar y a no corregir las faltas de sus hijos, y como
consecuencia éstos se pierden, y la sangre de sus almas recaerá sobre
los padres infieles.
Los niños que son así criados sin disciplina, tienen que apren-
derlo todo cuando profesan seguir a Cristo. Toda su experiencia
religiosa queda afectada por la crianza que han recibido en su niñez.
Muchas veces aparece el mismo carácter voluntarioso, la misma falta
de abnegación, la misma impaciencia bajo los reproches, el mismo
amor propio y mala voluntad para aceptar los consejos ajenos, o para
recibir la influencia de los juicios ajenos, la misma indolencia, el
mismo espíritu de rehuir las cargas y de negarse a llevar responsabi-
lidades. Todo esto se ve en su relación con la iglesia. Para los tales
es posible vencer; pero ¡cuán dura es la lucha que les aguarda y cuán
severo el conflicto! ¡Cuán duro es pasar por el curso de disciplina
cabal necesario para alcanzar la elevación del carácter cristiano! Sin
embargo, si llegan a vencer al fin, les será permitido ver, antes de