Página 269 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Experiencia personal
El 20 de septiembre de 1860 nació mi cuarto hijo, John Herbert
White. Cuando tenía tres semanas de edad, mi esposo sintió que
era su deber salir de viaje. En la Asociación se decidió que el Hno.
Loughborough debía viajar al oeste y mi esposo al este del país.
Pocos días antes de su partida, mi esposo se sentía muy deprimido.
En un momento pensó que debía desistir del viaje, y sin embargo
temía tomar esa decisión. Sentía que había algo que debía hacer, pero
se veía envuelto en nubes de tinieblas. No podía descansar ni dormir.
Tenía la mente continuamente agitada. Relató su aflicción mental a
los Hnos. Loughborough y Cornell, con quienes se postró delante
del Señor para buscar su consejo. Después de eso desaparecieron
las nubes y brilló la luz. Mi esposo comprendió que el Espíritu del
Señor lo estaba dirigiendo a él hacia el oeste y al Hno. Loughborough
hacia el este. Después de esto vieron claramente cuál era su deber y
actuaron en conformidad con eso.
Durante la ausencia de mi esposo orábamos para que el Señor lo
sustentara y fortaleciera, y recibimos la seguridad de que él lo acom-
pañaría. Cerca de una semana antes de visitar Mauston, Wisconsin,
recibió cartas de la hermana G enviadas con el propósito de que fue-
ran publicadas, en las cuales relataba algunas visiones que ella decía
que el Señor le había dado. Al leerlas nos sentimos preocupados,
porque sabíamos que no procedían de la fuente que ella pretendía.
Y como mi esposo no sabía nada de lo que encontraría en Mauston,
temíamos que no estuviera preparado para soportar el fanatismo que
encontraría y que éste tuviera una influencia desanimadora en su
mente. En nuestra experiencia anterior habíamos pasado por tantas
situaciones semejantes, y habíamos sufrido tanto a causa de personas
indisciplinadas e ingobernables, que temíamos entrar en contacto
con ellas. Envié un pedido a la iglesia de Battle Creek para que orara
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por mi esposo, y en el altar de la familia orábamos fervientemente
para que el Señor lo ayudara. Con espíritu contrito y muchas lágri-
mas procuramos afirmar nuestra fe temblorosa en las promesas de
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