Página 270 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 1
Dios, y tuvimos la evidencia de que él escuchó nuestras oraciones y
que ayudaría a mi esposo y le impartiría consejo y sabiduría.
Mientras buscaba en la Biblia un versículo para que mi hijo
Guillermito memorizara a fin de repetirlo en la escuela sabática, el
siguiente pasaje atrajo mi atención: “Jehová es bueno, fortaleza en
el día de la angustia; y conoce a los que en él confían”.
Nahúm 1:7
.
Estas palabras me hicieron llorar porque parecían tan apropiadas
para nuestra situación. Sentía una gran preocupación por mi esposo
y por la iglesia de Wisconsin. Mi esposo comprendió que había
recibido la bendición de Dios mientras se encontraba en Wisconsin.
El Señor fue una fortaleza para él en el tiempo de angustia y lo
sostuvo mediante su Espíritu mientras él daba un testimonio definido
contra el fanatismo desatado que reinaba en ese lugar.
Mientras mi esposo se encontraba en Mackford, Wisconsin, me
escribió una carta en la que me decía: “Temo que no todo esté bien
en casa. He tenido algunas impresiones acerca del bebé”. Mientras
oraba por la familia en el hogar, tuvo un presentimiento de que el
bebé se encontraba enfermo. Le pareció verlo con la cara y la cabeza
muy hinchadas. Cuando recibí la carta, la criatura estaba bien como
de costumbre; pero a la mañana siguiente cayó enfermo. Se trataba
de un caso de erisipela de gravedad extrema que le había afectado
la cara y la cabeza. Cuando mi esposo llegó a la casa del hermano
Wick, cerca de Round Grove, Illinois, recibió un telegrama en que se
le informaba de la enfermedad de la criatura. Después de leerlo, dijo
a los presentes que esas noticias no lo habían tomado por sorpresa,
porque el Señor había preparado su mente para recibirla, y añadió
que oirían que la cabeza y la cara del niño estaban muy afectadas.
Mi querido bebé sufrió mucho. Durante 24 días y noches vela-
mos ansiosamente sobre él y utilizamos todos los medios posibles
para lograr su recuperación, y presentamos su caso fervorosamente
ante el Señor. A veces no podía controlar mis sentimientos al verlo
sufrir. Pasé gran parte de mi tiempo en lágrimas y en humilde súplica
a Dios. Pero nuestro Padre celestial consideró conveniente quitar de
nuestro lado a nuestro amado hijito.
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El niño empeoró el 14 de diciembre y me llamaron a su lado. Al
sentir su respiración trabajosa y la falta de pulso, supe que moriría.
Ya se había posado sobre él la gélida mano de la muerte. Ese fue un
momento de angustia para mí. Seguí su respiración débil y entrecor-