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Testimonios para la Iglesia, Tomo 1
a duras penas podía hacer sencillos ejercicios con mala letra. Al
esforzarme por aplicar la mente al estudio, veía juntarse las letras en
la página, la frente se me llenaba de grandes gotas de transpiración y
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me sobrecogía un estado de debilidad y desvanecimiento. Tenía una
tos persistente y todo mi organismo se encontraba debilitado. Mis
maestras me aconsejaron que abandonara la escuela y no siguiera
estudiando, hasta tanto mejorara mi salud. Fue la lucha más dura de
mi joven vida llegar a la conclusión de que debía ceder a mi estado
de debilidad, dejar de estudiar y renunciar a la esperanza de obtener
una educación.
Tres años después hice un nuevo intento de continuar mis es-
tudios. Pero apenas hube comenzado, nuevamente se me deterioró
la salud, y resultó evidente que si continuaba en la escuela sería a
expensas de mi vida. No volví a la escuela después de los doce años
de edad.
Había tenido grandes ambiciones de llegar a ser una persona
instruida, y al reflexionar en mis esperanzas frustradas y en que
sería inválida durante toda la vida, me rebelaba contra mi suerte, y
en ocasiones me quejaba contra la providencia divina que permitía
que yo experimentara tales aflicciones. Si hubiera compartido mis
pensamientos con mi madre, ella me habría aconsejado, consolado y
animado; pero oculté de mi familia y de mis amigos mis aflictivos
pensamientos, porque temía que ellos no me comprendieran. Había
desaparecido la gozosa confianza en el amor de mi Salvador que
había experimentado durante la primera época de mi enfermedad.
También se había frustrado mi perspectiva de disfrutar de las cosas
del mundo, y parecía como si el cielo se hubiera cerrado contra mí.
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