Página 347 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Los celos y la crítica
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En estos días solemnes, justamente antes de que Cristo vuelva
por segunda vez, los fieles predicadores de Dios tendrán que dar
un testimonio todavía más directo que el que fue dado por Juan el
Bautista. Tienen ante sí una obra de responsabilidad e importancia; y
Dios no reconocerá como sus pastores a los que hablan únicamente
cosas agradables. Pesa sobre ellos una temible aflicción.
Este extraño fanatismo que se ha manifestado en Wisconsin sur-
gió de la falsa teoría de la santidad propuesta por el hermano K, una
santidad que no depende del mensaje del tercer ángel, sino que está
fuera de la verdad presente. La hermana G recibió esta falsa teoría
de parte de él. Creyó en ella y la enseñó celosamente a otros. Esto
casi destruyó su amor por las verdades sagradas tan importantes para
este tiempo, que si ella las hubiera amado y obedecido, se habrían
convertido en un ancla que la habría mantenido sobre el fundamen-
to correcto. Pero ella, juntamente con muchos otros, convirtió esta
teoría de la santidad o la consagración en algo predominante, y las
importantes verdades de la palabra de Dios llegaron a tener poca
importancia, “con tal que el corazón fuera recto”. Y las pobres almas
fueron dejadas sin un ancla, impulsadas solamente por sentimientos,
y Satanás se introdujo y controló las mentes y dio impresiones y
sentimientos de acuerdo con sus conveniencias. Se despreciaron la
razón y el juicio, y la causa de Dios fue cruelmente criticada.
El fanatismo en el que ha caído debiera inducirlo a usted, y tam-
bién a otros, a investigar antes de tomar una decisión concerniente
a la apariencia de consagración. La apariencia no es una evidencia
positiva del carácter cristiano. Usted y otras personas temen recibir
un poquito más de censura de la que merecen, y buscan afanosa-
mente supuestos errores o equivocaciones en otras personas, o bien
procuran encontrar un descuido hacia su persona en ellas por lo cual
sentirse perjudicadas. Son demasiado exigentes. Usted ha estado
equivocado y se ha engañado a sí mismo. Si otros lo han juzgado
mal en algunas cosas, no es más de lo que podría esperarse, con-
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siderando las circunstancias. Usted debiera, con la más profunda
aflicción y humildad, lamentar su triste separación de lo recto, que
ha dado ocasión a una variedad de sentimientos y de puntos de vista
y expresiones con respecto a su persona; y si usted no los considera
correctos en todos sus detalles, debiera pasarlo por alto sin censurar
a otras personas. Debe confesar sus faltas sin censurar a nadie y