Página 375 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Las dos coronas
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luz se apartaba de ellos. No deseaban comprender las solemnes e
importantes verdades para este tiempo, y pensaban que estaban bien
sin comprenderlas. Su luz se apagó y quedaron andando a tientas en
las tinieblas.
La multitud de contrahechos y enfermizos que porfiaban por
la corona terrenal eran aquellos que tienen sus intereses y tesoros
en este mundo. Aunque por todas partes los hiera el desengaño, no
pondrán sus afectos en el cielo para asegurarse allí una morada y un
tesoro. Por más que fracasan en lo terrenal, prosiguen apegados a ello
y pierden lo celestial. No obstante los desengaños y la desdichada
vida y muerte de quienes pusieron todo su empeño en el logro de
riquezas materiales, otros siguen el mismo camino. Se precipitan
locamente, sin reparar en el miserable fin de aquellos cuyo ejemplo
siguen.
Los que alcanzaban la corona y lograban una participación en
ella y eran aplaudidos, son los que obtienen el único anhelo de
su vida: las riquezas materiales. Reciben la honra que el mundo
tributa a los ricos. Tienen influencia en el mundo. Satanás y sus
malignos ángeles quedan satisfechos, porque saben que los tales son
seguramente suyos, y que, mientras vivan en rebelión contra Dios,
serán poderosos agentes de Satanás.
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Los que acaban por disgustarse con quienes se afanan por la
corona terrenal, son los que han reparado en la vida y muerte de
quienes luchan por las riquezas terrenas, pues ven que éstos nunca
están satisfechos sino que son desgraciados. Por esto se ponen en
guardia y, apartándose de los egoístas, buscan las riquezas verdaderas
y perdurables.
Se me mostró que quienes, asistidos por los santos ángeles, se
abren paso a través de la multitud hacia la corona celeste, son los
fieles hijos de Dios. Los ángeles los guían y les infunden celo para
avanzar en busca del tesoro celestial.
Las pelotillas negras que se arrojaban contra los santos eran las
maledicencias y falsedades difundidas contra el pueblo de Dios por
quienes mienten y gustan de la mentira. Hemos de tener mucho
cuidado de observar irreprensible conducta y abstenernos de toda
apariencia de mal, a fin de marchar airosamente hacia adelante sin
hacer caso de los falsos vituperios de los malvados. Cuando la
vista de los justos se fija en los inestimables tesoros del cielo, se