Página 374 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 1
Aquellos que vi afanarse por la corona terrenal eran los que
recurren a toda clase de medios para adquirir posesiones. En este
punto llegan hasta la locura. Todos sus pensamientos y energías se
enfocan en el logro de riquezas terrenas. Pisotean el derecho ajeno,
oprimen al pobre y al jornalero en su salario. Si pueden, se valen de
los que son más pobres y menos astutos que ellos, para acrecentar sus
riquezas, sin vacilar un momento en oprimirlos aunque los arrastren
a la mendicidad.
Los de cabellos canos y semblante arrugado por la inquietud,
eran los ancianos que, a pesar de quedarles pocos años de vida,
se afanaban en asegurar sus tesoros terrenales. Cuanto más cerca
estaban del sepulcro, tanto mayor era su afán de aferrarse a ellos.
Sus propios parientes no recibían beneficio alguno. Para ahorrar algo
de dinero, dejaban a los miembros de sus familias que trabajasen
más allá de sus fuerzas. Y no empleaban ese dinero para el bien
ajeno ni para el propio. Les bastaba saber que lo poseían. Cuando
se les presenta a estas personas su deber de aliviar las necesidades
de los pobres y sostener la causa de Dios, se entristecen. Aceptarían
gustosos el don de la vida eterna, pero no quieren que les cueste algo.
Las condiciones son demasiado duras. Pero Abraham no retuvo a su
hijo unigénito. En obediencia a Dios hubiera podido sacrificar a este
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hijo de la promesa más fácilmente de lo que muchos sacrificarían
algunos de sus bienes terrenales.
Era penoso ver a quienes hubieran podido madurar gloriosamente
y prepararse día tras día para la inmortalidad, emplear todas sus
fuerzas en retener sus tesoros terrenales. Vi que no eran capaces de
estimar el tesoro celestial. Su intenso afecto a lo terreno, les impelía
a demostrar en sus actos que no estimaban bastante la herencia
celestial como para sacrificarse por ella. El “joven” manifestaba
disposición a guardar los mandamientos, y sin embargo, nuestro
Señor le dijo que una cosa le faltaba. Deseaba la vida eterna, pero
amaba más sus bienes. Muchos se engañan a sí mismos. No han
buscado la verdad como a tesoro escondido. No sacan el mejor
partido posible de sus facultades. Su mente, que podría ser iluminada
por la luz celestial, está perturbada y perpleja. “Los cuidados de
este siglo, y el engaño de las riquezas, y las codicias que hay en
las otras cosas, entrando ahogan la palabra, y se hace infructuosa”
Marcos 4:19
. “Los tales -dijo el ángel-, están sin excusa”. Vi que la