Página 417 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Peligros de la juventud
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sobre su mente ejercen esas cosas, y porque desean salvarlos, les
evitan estas diversiones excitantes.
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Cuando estos hijos deciden por su cuenta abandonar los placeres
del mundo, y hacerse discípulos de Cristo, ¡qué carga desaparece de
los corazones de los padres cuidadosos y fieles! Y sin embargo, aun
entonces no debe cesar la labor de los padres. No se debe dejar a los
niños que elijan su propio proceder, ni tampoco que hagan siempre
sus propias decisiones. Han empezado tan sólo a luchar en serio
contra el pecado, el orgullo, las pasiones, la envidia, los celos, el
odio y todos los males del corazón natural. Los padres deben velar y
aconsejar a sus hijos, decidir por ellos y mostrarles que si no prestan
una obediencia alegre y voluntaria a sus padres, no pueden obedecer
voluntariamente a Dios y será para ellos imposible ser cristianos.
Los padres deben animar a sus hijos a confiar en ellos, a pre-
sentarles las penas de su corazón, sus pequeñas molestias y pruebas
diarias. Así podrán los padres aprender a simpatizar con sus hijos
y podrán orar con ellos y para ellos, para que Dios los escude y los
guíe. Deben revelarles a su Amigo y Consejero infaltable, que se
compadecerá de sus flaquezas, porque fue tentado en todo como
nosotros, aunque sin pecar.
Satanás tienta a los niños a ser reservados con sus padres, y a
elegir sus confidentes entre sus compañeros jóvenes e inexpertos,
entre aquellos que no les pueden ayudar, sino que les darán malos
consejos. Los niños y las niñas se reúnen y conversan, ríen y bro-
mean, y ahuyentan a Cristo de sus corazones y a los ángeles de su
presencia por sus insensateces. La conversación ociosa, relativa a
los actos ajenos, las habladurías acerca de ese joven o de aquella
niña, agostan los pensamientos y sentimientos nobles, arrancan del
corazón los deseos buenos y santos, dejándolo frío y despojándolo
del verdadero amor hacia Dios y su verdad.
Los hijos quedarían a salvo de muchos males si fuesen más
familiares con sus padres. Estos deben estimular en sus hijos la
disposición a manifestarse confiados y francos con ellos, a acudir a
ellos con sus dificultades, a presentarles el asunto tal cual lo ven y a
pedirles consejo cuando están confundidos acerca de qué proceder
es acertado. ¿Quiénes pueden ver y señalarles los peligros mejor que
sus padres piadosos? ¿Quién puede comprender tan bien como ellos
el temperamento peculiar de sus hijos? La madre que ha vigilado