Página 418 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 1
todo el desarrollo de la mente desde la infancia, y conoce su dispo-
sición natural, es la que está mejor preparada para aconsejar a sus
hijos. ¿Quién puede decir como la madre, ayudada por el padre, cuá-
les son los rasgos de carácter que deben ser refrenados y mantenidos
en jaque?
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Los hijos cristianos preferirán el amor y la aprobación de sus
padres temerosos de Dios a toda bendición terrenal. Amarán y hon-
rarán a sus padres. Hacer a sus padres felices debe ser una de las
principales preocupaciones de su vida. En esta era de rebelión, los
hijos no han recibido la debida instrucción y disciplina, y tienen poca
conciencia de sus obligaciones hacia sus padres. Sucede a menudo
que cuanto más hacen sus padres por ellos, tanto más ingratos son,
y menos los respetan. Los niños que han sido mimados y rodeados
de cuidados, esperan siempre un trato tal; y si su expectativa no se
cumple, se chasquean y desalientan. Esa misma disposición se verá
en toda su vida. Serán incapaces, dependerán de la ayuda ajena, y
esperarán que los demás los favorezcan y cedan a sus deseos. Y si
encuentran oposición, aun en la edad adulta, se creen maltratados; y
así recorren su senda por el mundo, acongojados, apenas capaces de
llevar su propio peso, murmurando e irritándose a menudo porque
no todo les sale a pedir de boca.
Los padres que siguen una conducta errónea enseñan a sus hijos
lecciones que les resultarán dañosas, y también siembran espinas
para sus propios pies. Piensan que satisfaciendo los deseos de sus
hijos y dejándoles seguir sus inclinaciones, obtendrán su amor. ¡Qué
error! Los niños así consentidos se crían sin ver restringidos sus
deseos, sin saber dominar sus disposiciones, y se vuelven egoístas,
exigentes e intolerantes; serán una maldición para sí mismos y para
cuantos los rodeen. En gran medida los padres tienen en sus propias
manos la felicidad futura de sus hijos. A ellos les incumbe la obra
importante de formar el carácter de estos hijos. Las instrucciones que
les dieron en la niñez los seguirán durante toda la vida. Los padres
siembran la semilla que brotará y dará fruto para bien o mal. Pueden
hacer a sus hijos idóneos para la felicidad o para la desgracia.
Desde muy temprano se debe enseñar a los hijos a ser útiles,
a ayudarse a sí mismos y a otros. En nuestra época, muchas hijas
pueden, sin remordimiento de conciencia, ver a sus madres trabajar,
cocinar, lavar o planchar, mientras ellas permanecen en la sala le-