Página 48 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 1
Unas cuantas se habían reunido con nosotros llevadas por la
curiosidad, a fin de escuchar lo que yo diría; otras, debido a mis
esfuerzos tan persistentes, pensaban que yo estaba fuera de mí,
especialmente cuando ellas no manifestaban ninguna preocupación
de su parte. Pero en todas nuestras pequeñas reuniones continué
exhortando y orando por cada una individualmente, hasta que todas
se hubieran entregado a Jesús y reconocido los méritos de su amor
perdonador. Todas se convirtieron a Dios.
En mis sueños de todas las noches me veía trabajando en favor
de la salvación de la gente. En tales ocasiones se me presentaban
algunos casos especiales, y posteriormente buscaba a esas personas
y oraba con ellas. En todos los casos, con excepción de uno, esas
personas se entregaron al Señor. Algunos de nuestros hermanos
más formales tenían la impresión de que yo actuaba con un celo
excesivo al buscar la conversión de la gente, pero a mí me parecía
que el tiempo era tan corto que todos los que tenían la esperanza
puesta en una bendita inmortalidad y aguardaban la pronta venida
de Cristo tenían el deber de trabajar infatigablemente por los que
todavía vivían en pecado y se encontraban al borde de una ruina
terrible.
Aunque yo era muy joven tenía el plan de salvación tan clara-
mente delineado en mi mente, y mi experiencia personal había sido
tan notable, que después de considerar el asunto me di cuenta que
tenía el deber de continuar mis esfuerzos en favor de la salvación
de las preciosas almas y que debía continuar orando y confesando
a Cristo en cada oportunidad que tuviera. Ofrecí mi ser entero al
servicio de mi Maestro. Sin importarme lo que sucediera, decidí
agradar a Dios y vivir como alguien que esperaba que el Salvador
vendría y recompensaría su fidelidad. Me sentí como un niñito que
acudía a Dios como a su padre para preguntarle lo que él deseaba
que hiciera. Luego, cuando comprendí claramente cuál era mi deber,
me sentí sumamente feliz al llevarlo a cabo. A veces experimenté
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pruebas muy peculiares. Los que tenían más experiencia que yo
trataban de retenerme y de enfriar el ardor de mi fe; pero con la
sonrisa de Jesús que iluminaba mi vida y el amor de Dios en mi
corazón, seguí adelante con un espíritu gozoso.
Cada vez que pienso en las experiencias tempranas de mi vi-
da, mi hermano, el confidente de mis esperanzas y temores, el que