Página 47 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Sentimientos de desesperación
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momentos ahogaban mi discurso mientras hablaba del maravilloso
amor que Jesús me había manifestado.
El pastor Stockman estaba presente. Me había visto reciente-
mente en profunda desesperación y el cambio notable que se había
operado tanto en mi apariencia como en mis pensamientos conmovió
su corazón. Lloró abiertamente, se regocijó conmigo y alabó a Dios
por esta prueba de su tierna misericordia y compasión.
Poco tiempo después de recibir esta gran bendición asistí a una
predicación en la iglesia cristiana dirigida por el pastor Brown. Me
invitaron a que refiriera mi experiencia, y no sólo pude expresarme
libremente, sino que experimenté felicidad al referir mi sencilla
historia acerca del amor de Jesús y del gozo que uno siente al ser
aceptado por Dios. Mientras hablaba con el corazón contrito y los
ojos llenos de lágrimas, mi espíritu, lleno de agradecimiento, se sintió
elevado hacia el cielo. El poder subyugador del Señor descendió
sobre la congregación. Muchos lloraban y otros alababan a Dios.
Se invitó a los pecadores a levantarse para que se orara por ellos
y fueron muchos los que respondieron. Tenía el corazón tan lleno
de agradecimiento por la bendición que Dios me había concedido,
que anhelaba que también otros participaran en ese gozo sagrado.
Sentía profundo interés por las personas que pudieran estar sufriendo
por tener la impresión de que Dios sentía desagrado hacia ellos y
debido a las cargas del pecado. Mientras relataba lo que había expe-
rimentado tuve la impresión de que nadie podría resistir la evidencia
del amor perdonador de Dios que había producido un cambio tan
admirable en mí. La realidad de la verdadera conversión me pareció
tan clara que sentí deseos de ayudar a mis jóvenes amistades para
que entraran en la luz, y en toda oportunidad que tuve ejercí mi
influencia para alcanzar ese objetivo.
Organicé reuniones con mis jóvenes amistades, algunas de las
cuales tenían considerablemente más edad que yo, y hasta había
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personas casadas entre ellas. Algunas eran vanas e irreflexivas, por
lo que mi experiencia les parecía un relato sin sentido; y no presta-
ron atención a mis ruegos. Pero yo tomé la determinación de que
mis esfuerzos nunca cesarían hasta que esas personas por quienes
sentía interés se entregaran a Dios. Pasé varias noches enteras oran-
do fervorosamente en favor de las personas por quienes me había
propuesto trabajar y orar.