Página 46 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 1
tad de Dios. Sentí la seguridad que provenía del Salvador que había
establecido su morada en mi interior, y comprendí la verdad de lo
que Cristo había dicho: “El que me sigue, no andará en tinieblas,
sino que tendrá la luz de la vida”.
Juan 8:12
.
La paz y felicidad que ahora sentía contrastaban de tal manera
con la melancolía y la angustia que había sentido, que me parecía que
había sido rescatada del infierno y transportada al cielo. Hasta pude
alabar a Dios por el infortunio que había sido la prueba de mi vida,
porque había sido el medio utilizado para fijar mis pensamientos en
la eternidad. Debido a que era naturalmente orgullosa y ambiciosa
pude no haberme sentido inclinada a entregar mi corazón a Jesús, de
no haber mediado la amarga aflicción que en cierto modo me había
separado de los triunfos y vanidades del mundo.
Durante seis meses ni una sombra abrumó mi mente, ni tampoco
descuidé ningún deber conocido. Todo mi esfuerzo se concentraba
en hacer la voluntad de Dios y en mantener a Jesús de continuo en
mi mente. Estaba sorprendida y extasiada con los claros conceptos
que ahora se me presentaban acerca de la expiación y la obra de
Cristo. No intentaré dar explicaciones adicionales de mis esfuerzos
mentales: basta decir que las cosas antiguas habían desaparecido y
todas habían sido hechas nuevas. No había una sola nube que echara
a perder mi perfecta felicidad. Anhelaba referir la historia del amor
de Jesús, pero no me sentía inclinada a entablar conversaciones co-
munes con nadie. Mi corazón rebosaba de tal manera de amor a Dios
y de la paz que sobrepasa todo entendimiento, que experimentaba
gran placer en la meditación y la oración.
La noche siguiente después de haber recibido una bendición tan
grande, asistí a una reunión en la que se hablaba de la venida de
Cristo. Cuando llegó el momento de que los seguidores de Cristo
hablaran en su favor, no pude guardar silencio, así que me levanté y
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referí mi experiencia. No había ensayado lo que debía decir, por lo
que el sencillo relato del amor de Jesús hacia mí brotó de mis labios
con perfecta libertad, y tenía el corazón tan lleno de gozo por haber
sido liberada de la esclavitud de la negra desesperación, que perdí
de vista a la gente que me rodeaba y me pareció estar sola con Dios.
No encontré dificultad alguna para expresar la paz y la felicidad que
me embargaban, a no ser por las lágrimas de gratitud que en algunos