Página 45 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Sentimientos de desesperación
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oró fervorosamente por mí, y tuve la impresión de que Dios cierta-
mente consideraría la oración de su santo, aunque no escuchara mis
humildes peticiones. Me retiré reconfortada y animada.
Durante los pocos minutos en que recibí instrucciones del pastor
Stockman, había obtenido más conocimiento acerca del tema del
amor de Dios y de su misericordia que los que había recibido de
todos los sermones y exhortaciones que había escuchado hasta ese
momento. Volví a casa y nuevamente me puse ante la presencia
del Señor, prometiéndole hacer y soportar cualquier cosa que él
requiriera de mí, si tan sólo la sonrisa de Jesús llenaba de gozo mi
corazón. Me fue presentado el mismo deber que me había angustiado
anteriormente: tomar mi cruz entre el pueblo de Dios congregado.
No tuve que esperar mucho la oportunidad, porque esa misma noche
hubo una reunión de oración a la que asistí.
Me postré temblando durante las oraciones que se ofrecieron.
Después que hubieron orado unas pocas personas, elevé mi voz en
oración antes de darme cuenta de lo que hacía. Las promesas de
Dios se me presentaron como otras tantas perlas preciosas que podía
recibir si tan sólo las pedía. Durante la oración desaparecieron la
preocupación y la aflicción extrema que había soportado durante
tanto tiempo, y la bendición del Señor descendió sobre mí como
suave rocío. Alabé a Dios desde la profundidad de mi corazón. Todo
quedó excluido de mi mente, menos Jesús y su gloria, y perdí la
noción de lo que sucedía a mi alrededor.
El Espíritu de Dios descansó sobre mí con tanto poder que esa
noche no pude regresar a casa. Cuando volví al día siguiente había
ocurrido un gran cambio en mi mente. Me parecía que difícilmente
podía ser la misma persona que había salido de la casa paterna la
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noche anterior. El siguiente pasaje se presentaba con insistencia en
mi mente: “Jehová es mi pastor; nada me faltará”.
Salmos 23:1
. Mi
corazón se llenaba de felicidad mientras repetía suavemente estas
palabras.
Cambió mi concepto del Padre. Ahora lo consideraba como un
Padre cariñoso y no como un severo tirano que obligaba a los seres
humanos a someterse a una obediencia ciega. Sentí en mi corazón
un profundo y ferviente amor. Obedecer a su voluntad era para mí
una experiencia gozosa y me resultaba placentero estar a su servicio.
Ninguna sombra empañaba la luz que me revelaba la perfecta volun-