Página 50 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Alejamiento de la Iglesia Metodista
La familia de mi padre todavía asistía ocasionalmente a la iglesia
metodista y también a las clases de instrucción que se llevaban a
cabo en hogares particulares. Cierta noche mi hermano Roberto y yo
fuimos a una de esas reuniones. El anciano encargado se encontraba
presente. Cuando llegó el turno de mi hermano, éste habló con gran
humildad, a la vez que claramente, acerca de la necesidad de hacer
una preparación completa para encontrarse con nuestro Salvador
cuando viniera en las nubes de los cielos con poder y gran gloria.
Mientras mi hermano hablaba, su rostro generalmente pálido brilló
con una luz celestial. Pareció ser transportado en espíritu más allá del
lugar en que se encontraba y habló como si estuviera en la presencia
de Jesús. Cuando llegó mi turno de hablar, me levanté con libertad de
espíritu y con un corazón lleno de amor y paz. Referí la historia de mi
gran sufrimiento bajo la convicción del pecado, de cómo finalmente
había recibido la bendición buscada durante tanto tiempo, y de mi
completa conformidad a la voluntad de Dios. Entonces expresé el
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gozo que experimentaba por las nuevas de la pronta venida de mi
Redentor para llevar a sus hijos al hogar celestial.
En mi sencillez esperaba que mis hermanos y hermanas metodis-
tas comprendieran mis sentimientos y se regocijaran conmigo. Pero
quedé frustrada, porque varias hermanas expresaron su desagrado
haciendo ruido con la boca, moviendo ruidosamente las sillas y vol-
viéndose de espalda. Puesto que no hallé nada que pudiera haberlas
ofendido, hablé brevemente, sintiendo la helada influencia de su
desaprobación. Cuando terminé, el pastor B. me preguntó si no sería
más agradable vivir una larga vida de utilidad, haciendo bien a otros,
que desear que Jesús viniera pronto y destruyera a los pobres peca-
dores. Repliqué que anhelaba la venida de Jesús. Entonces el pecado
llegaría a su final y disfrutaríamos para siempre de la santificación,
sin que existiera el diablo para tentarnos y descarriarnos.
Luego me preguntó el pastor si yo no prefería morir en paz en mi
cama antes que pasar por el dolor de ser cambiada durante mi vida
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