Página 548 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 1
responsabilidad. Son hechos responsables de los medios que Dios
ha confiado a su cuidado, y de ninguna manera pueden exceptuarse
de esta responsabilidad hasta que sean liberados al devolverle a Dios
lo que les había encargado.
El amor al mundo separa de Dios. “Si alguno ama al mundo, el
amor del Padre no está en él”. Es imposible que alguien discierna la
verdad si sus afectos están en el mundo. El mundo se interpone entre
ellos y Dios, nublando la visión y entumeciendo las sensibilidades
a tal grado que es imposible para ellos discernir cosas sagradas. El
Señor dice a tales personas: “Limpiad vuestras manos, pecadores,
y purificad vuestros corazones, vosotros de doble ánimo afligíos, y
gemid, y llorad, que vuestra risa se convierta en lamento y vuestro
gozo en pesadumbre”. A los que han manchado sus manos con la
contaminación del mundo se les requiere limpiarse de sus manchas.
Aquellos que piensan que pueden servir al mundo y todavía amar a
Dios sufren de doblez mental. ¡No pueden servir a Dios y a Mam-
món! Son hombres de doble mentalidad, que aman al mundo y han
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perdido todo sentido de su obligación a Dios. Y aun profesan ser
seguidores de Cristo. No son ni una cosa ni la otra. Perderán este
mundo y el venidero a menos que limpien sus manos y purifiquen
sus corazones por medio de la obediencia a los puros principios de
la verdad. “El que dice que está en él, debe andar como él anduvo”.
“En esto es hecho perfecto nuestro amor, que tengamos claridad
en el día del juicio: porque como él es, así somos nosotros en este
mundo”. “Por esto se nos da abundante gracia y preciosas prome-
sas: para que por ellas seáis participantes de la naturaleza divina,
habiendo escapado de la corrupción que está en el mundo por la
concupiscencia”.
Es la concupiscencia mundanal lo que está destruyendo nuestra
piedad. El amor al mundo y las cosas que están en el mundo están
separándonos del Padre. La pasión por las ganancias terrenales está
aumentando entre aquellos que profesan estar esperando la pronta
aparición de nuestro Salvador. La concupiscencia de la carne, la
concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida controlan aún
a los profesos cristianos. Con avaricia concupiscente buscan las
cosas del mundo y muchos venderán la vida eterna por ganancias no
santificadas.