580
Testimonios para la Iglesia, Tomo 1
le había dado para su felicidad, que el fruto prohibido tendría una
influencia especial para causar sensación de alegría sobre su cuerpo
y mente y la exaltaría para ser igual a Dios en conocimiento. Pero
el conocimiento y beneficio que pensó obtener resultó para ella una
terrible maldición.
Hay personas de imaginación enfermiza para quienes la religión
es un tirano que las gobierna con vara de hierro. Las tales lamentan
constantemente su propia depravación, y gimen por males supuestos.
No existe amor en su corazón; su rostro es siempre ceñudo. Las deja
heladas la risa inocente de la juventud o de cualquiera. Consideran
como pecado toda recreación o diversión, y creen que la mente
debe estar constantemente dominada por pensamientos austeros.
Este es un extremo. Otros piensan que la mente debe dedicarse
constantemente a inventar nuevas diversiones a fin de tener salud.
Aprenden a depender de la excitación, y se sienten intranquilos sin
ella. Los tales no son verdaderos cristianos. Van al otro extremo.
Los verdaderos principios del cristianismo abren ante nosotros
una fuente de felicidad, cuya altura, profundidad, longitud y anchura
son inconmensurables. Cristo es en nosotros una fuente de agua
que brota para vida eterna. Es un manantial inagotable del cual el
cristiano puede beber a voluntad, sin agotarlo jamás.
Lo que comunica a casi todos enfermedades del cuerpo y de
la mente, son los sentimientos de descontento y las quejas que de
ellos surgen. No tienen a Dios, ni la esperanza que llega hasta dentro
del velo, que es para el alma un ancla segura y firme. Todos los
que poseen esta esperanza se purifican como él es puro. Los tales
estarán libres de inquietudes y descontento; no estarán buscando
males continuamente ni acongojándose por dificultades artificiales.
Pero vemos a muchos sufrir dificultades prematuras; la ansiedad
está estampada en todas sus facciones; no parecen hallar consuelo,
sino que de continuo esperan algún mal terrible.
Los tales deshonran a Dios y desprestigian la religión de Cristo.
No tienen verdadero amor hacia Dios, ni hacia sus compañeros e
hijos. Sus afectos se han vuelto mórbidos. Pero las vanas diversiones
no corregirán nunca el espíritu de los tales. Necesitan la influencia
transformadora del Espíritu de Dios para ser felices. Necesitan ser
[493]
beneficiados por la mediación de Cristo, a fin de apreciar completa y
vivamente la consolación, divina y substancial. “El que quiere amar