Página 592 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 1
predicadores, que estaban hambrientos de alimento espiritual. Aquí
empezaron nuestras primeras faenas de éxito desde la enfermedad
de mi esposo. El hablaba treinta o cuarenta minutos en la mañana del
sábado y del domingo, y yo me encargaba del resto del tiempo, y de
hablar por cerca de una hora y media en la tarde de cada día. Se nos
escuchaba con mucha atención. Noté que mi esposo se fortalecía,
y sus temas se hacían más claros y lógicos. Mis sentimientos de
gratitud superaron toda expresión cuando en una ocasión habló por
una hora con claridad y poder, con el peso de la causa sobre él, tal
como antes. Me levanté en la congregación y por cerca de media
hora traté con lágrimas de expresarles lo que sentía. El sentimiento
de la congregación era profundo. Sentí la seguridad de que esto era
la aurora de días mejores para nosotros.
Nos quedamos con estos hermanos por seis semanas. Les hablé
veinticinco veces y mi esposo doce. A medida que progresaba la
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obra en esta iglesia, empezaron a abrírseme casos particulares y co-
mencé a escribir testimonios para ellos que sumaron un total de cien
páginas. Entonces empezó el trabajo por estas personas a medida
que venían a la casa del hermano Root donde mi esposo y yo nos
quedábamos, y con algunos de ellos en sus hogares, pero más espe-
cialmente en reuniones en la casa de culto. Encontré que en este tipo
de obra, mi esposo era de gran ayuda. Su vasta experiencia en esta
clase de trabajo -ya que había trabajado conmigo en el pasado-, lo
había calificado para ello. Y ahora al volver a ella, parecía manifestar
la misma claridad de pensamiento, buen juicio y fidelidad al tratar
con los errantes que mostraba al comienzo. De hecho, ninguno de
nuestros ministros habría podido brindarme el apoyo que él me dio.
Una grande y buena obra se llevó a cabo en favor de estas queridas
personas. Se confesaron ofensas libre y plenamente, la unión fue
restaurada y la bendición del Señor reposó sobre la obra. Mi esposo
trabajó para establecer el sistema de benevolencia sistemática de la
iglesia y colocarlo en el nivel que debería ser adoptado en todas las
iglesias. Sus esfuerzos ayudaron a levantar la suma que la iglesia
debería pagar a la tesorería anualmente, que eran unos trescientos
dólares. Los miembros de iglesia que se habían molestado o con-
fundido por algunos de mis testimonios, especialmente los que se
referían al asunto de la vestimenta, quedaron totalmente de acuerdo
al escuchar la explicación. Se adoptaron las reformas sobre la salud