Página 597 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Breve bosquejo de mis actividades
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perder el equilibrio. Mi nariz sangraba a menudo, especialmente
al esforzarme por escribir. Fui forzada a dejar de escribir, pero no
podía quitarme de encima el peso de la ansiedad y responsabilidad
que estaba sobre mí al comprender que tenía testimonios para otros
que no era capaz de presentarles.
Recibí otra carta, informándome que habían pensado que era
mejor diferir la publicación del Testimonio número 11 hasta que yo
pudiese escribir lo que se me había mostrado acerca del Instituto de
Salud, porque los que estaban a cargo de esa empresa tenían gran
necesidad de fondos y necesitaban la influencia de mi testimonio
para motivar a los hermanos. Entonces escribí una parte de lo que
se me había mostrado en relación con el Instituto, pero no pude
completar el tema debido a la presión sanguínea que sentía en mi
cerebro. Si hubiese sabido que el número 12 se iba a demorar tanto,
de ninguna manera hubiera enviado esa parte del asunto publicado
en el número 11. Pensé que después de descansar unos días, podría
reanudar mi tarea de escribir. Pero descubrí con gran dolor, que
la condición de mi cerebro me lo impedía. Tuve que desistir de la
idea de escribir testimonios generales o personales, y esto me causó
mucha angustia.
En ese estado de cosas, se decidió que regresáramos a Battle
Creek y permaneciéramos allí mientras las carreteras estaban en
condiciones precarias por el barro y las averías, y que allí completaría
el Testimonio número 12. Mi esposo estaba ansioso de ver a sus
hermanos de Battle Creek y hablarles y regocijarse con ellos en la
obra que Dios estaba haciendo a través de él. Recogí mis escritos, y
empezamos nuestro viaje.
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A nuestro regreso en el camino, sostuvimos dos reuniones en
Orange y vi evidencias de que la iglesia se había beneficiado y
animado. Nosotros mismos fuimos refrigerados por el Espíritu del
Señor. Esa noche soñé que estaba en Battle Creek y miraba por el
cristal del lado de la puerta. Observé una compañía que se acercaba
a la casa de dos en dos. Parecían decididos y determinados. Los
conocía bien y me volví para abrir la puerta de la sala para recibirles,
pero decidí mirar de nuevo. La escena cambió. La compañía ahora
parecía una procesión de católicos. Uno llevaba en su mano una cruz,
otro un escapulario. Y a medida que se acercaba, el que llevaba el
escapulario hizo un círculo alrededor de la casa, repitiendo tres veces: