Página 596 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 1
una vez más y con mayor fervor en la obra de Dios, al lado de mi
esposo, trabajando ambos unidos en la terminación de la obra en
favor del pueblo de Dios. Antes que la salud de mi esposo se que-
brantara, la posición que él ocupaba lo mantenía confinado la mayor
parte del tiempo. Y como yo no podía viajar sin él, necesariamente
tenía que quedarme en casa gran parte del tiempo. Sentí que ahora
Dios lo prosperaría mientras trabajaba en palabra y doctrina, y se
dedicaba más a la predicación. Otros podían trabajar en la oficina, y
nosotros teníamos la firme convicción que él jamás sería nuevamente
confinado, sino que estaría libre para viajar conmigo de modo que
ambos pudiéramos dar el testimonio solemne que Dios nos había
encargado para su iglesia remanente.
El estado de deterioro del pueblo de Dios me resultaba peno-
samente claro, y cada día estaba consciente de haber usado mis
energías hasta su límite. Mientras estábamos en Wright, habíamos
enviado mi manuscrito número 11 a la oficina de publicación, y yo
aprovechaba casi cada momento cuando no había reuniones para
redactar el material del número 12. Mis energías, tanto físicas como
mentales, habían sido severamente gastadas mientras trabajaba por
la iglesia en Wright. Sentí que debía tener reposo, pero no podía
vislumbrar ninguna oportunidad de sosiego. Hablaba a la gente va-
rias veces a la semana, y escribía muchas páginas de testimonios
personales. Sentía el peso de las almas sobre mí, y las responsabi-
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lidades que sentía eran tan grandes que sólo podía conseguir unas
pocas horas de sueño cada noche.
Mientras laboraba de esa manera hablando y escribiendo, recibí
de Battle Creek cartas de carácter desanimador. Al leerlas, sentí una
depresión de espíritu inexpresable, algo así como agonía mental, la
cual pareció paralizar mis energías vitales por un corto tiempo. Casi
no dormí durante tres noches. Mis pensamientos estaban turbados
y perplejos. Escondí mis sentimientos lo mejor que pude, de mi
esposo y de la cariñosa familia en cuyo hogar posábamos. Nadie
supo mis faenas, o carga mental cuando me unía con la familia en
devoción matutina y vespertina, y procuré colocar mis cargas sobre
Aquel que nos ofrece llevarlas. Pero mis peticiones surgían de un
corazón abrumado de angustia y mis oraciones se interrumpían y
fragmentaban por causa de mi tristeza incontrolable. La sangre se
agolpaba en mi cerebro, haciéndome con frecuencia vacilar y casi