Página 613 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Conflictos y victoria
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fabricantes no tenían ninguna en el almacén hecha al precio que
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estaba dispuesta a pagar, que eran alrededor de quince dólares, pero
me ofrecieron una silla excelente por diecisiete dólares, que tenía
rodillos en vez de columpio, y estaba valorada en treinta dólares. Yo
sabía que esta era la silla ideal. Pero el hermano que estaba conmigo
me urgió a esperar y ordenar una silla que costaría solamente tres
dólares menos. La silla que se ofrecía por diecisiete dólares tenía
el valor real; pero seguí el juicio de otro, esperé mientras armaban
la silla más barata, pagué por ella y la hice entregar a mi esposo.
Tuve que hacerle frente en Wisconsin y Iowa al informe respecto a
nuestra extravagancia en la compra de esta silla. Pero ¿quién puede
condenarme? Si tuviera que hacer lo mismo nuevamente, lo haría
de la misma manera, excepto en lo siguiente: confiaría en mi propio
juicio y compraría una silla que costara unos pocos dólares más y
que fuera doblemente útil que la que compré. Satanás algunas veces
influye tanto sobre las mentes como para destruir todo sentimiento
de misericordia o compasión. El hierro parece penetrar el corazón, y
desaparece tanto lo humano como lo divino.
También me llegaron informes de que una hermana había dicho
en Memphis y Lapeer que la iglesia de Battle Creek no tenía la más
mínima confianza en el testimonio de la señora White. Se formuló
la pregunta si eso se refería al testimonio escrito. La respuesta fue,
No, no a las visiones que se han publicado, pero a los testimonios
expresados en reunión con la iglesia, porque su vida contradice
los mismos. Nuevamente solicité una entrevista con unos pocos
hermanos y hermanas seleccionados y de experiencia, incluyendo
las personas que habían hecho circular esos informes. En la reunión
les pedí que me mostraran dónde era que mi vida no coincidía
con mis enseñanzas. Si mi vida había sido tan inconsecuente que
justificaba la aseveración de que la iglesia de Battle Creek no tenía
la más mínima confianza en mi testimonio, no podía ser un asunto
difícil presentar las pruebas de mi actuación carente de cristianismo.
No pudieron producir nada para justificar las aseveraciones hechas,
y confesaron que estaban todos equivocados respecto a los informes
circulados y que sus sospechas y celos eran infundados. En forma
espontánea perdoné a los que nos habían injuriado y les dije que
todo lo que les pedía era que contrarrestaran la influencia que habían