Página 710 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 1
en aquello que valore en mayor grado, y que al fin le represente la
mayor ganancia.
Algunos hombres que profesan la verdad se ocupan en empresas
mundanales, invirtiendo mucho en ellas, y corriendo grandes riesgos.
Si pierden casi todo lo que poseen, se entristecen profundamente,
porque sienten la inconveniencia de las pérdidas que sufrieron. Pero
no piensan que su conducta poco sabia privó de medios a la causa de
Dios, y que, como mayordomos suyos, deben rendir cuenta de este
desperdicio del dinero del Señor. Si se les exigiera que arriesgaran
algo en favor de la causa de Dios, y que invirtieran siquiera la cuarta
parte de lo que perdieron por invertirlo en las cosas de este mundo,
sentirían que el cielo es demasiado caro.
No se aprecian las cosas eternas. Usted no es rico, y sin embargo
su corazón puede hallarse puesto en igual forma sobre lo poco
que usted tiene, y puede aferrarse a ello con tanta fuerza como el
millonario retiene sus tesoros. Las ganancias que usted obtenga de
sus inversiones en las empresas del mundo serán pequeñas, muy
pequeñas; mientras que, por otra parte, si invierte en la causa de
Dios, si hace que esa causa llegue a ser parte de usted mismo, y la
ama como usted se ama a sí mismo, estando dispuesto a sacrificarse
por hacerla avanzar, mostrando su confianza y fe en el triunfo final,
recogerá una preciosa cosecha, si no en esta vida, en la vida mejor
que ésta. Obtendrá usted una recompensa eterna, la cual es de valor
tanto más elevado que cualquier ganancia común y terrena, como lo
inmortal se halla por encima de lo perecedero.
Hermano B, usted parecía ansioso de saber qué se había dicho
con respecto a su posición en la iglesia, y qué opinábamos nosotros
de ella. Todo eso no es otra cosa que lo que acabo de escribir.
Yo temía por usted, debido a lo que se me ha mostrado de sus
peculiaridades. Usted actuaba por impulso. Oraba si sentía deseos de
hacerlo, y hablaba si le daba la gana. Asistía a una reunión si sentía
la disposición, y si no, se quedaba en casa. Le faltaba mucho espíritu
de sacrificio propio. Ha consultado sus propios deseos y comodidad,
y se ha agradado a sí mismo en vez de sentir que debía agradar
a Dios. ¡Al deber! ¡Al deber! Manténgase siempre en su puesto.
¿Se ha alistado usted como soldado de la cruz de Cristo? Si es así,
sus sentimientos no lo excusan de cumplir con su deber. Debe estar
dispuesto a soportar las dificultades como un buen soldado. Salga del