Página 139 - Joyas de los Testimonios 2 (2004)

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Las responsabilidades del médico
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dificultad; pero si tiene firme confianza en Dios, podrá ayudar a la
mente enferma y perturbada. Podrá dirigir sus pacientes a Cristo, en-
señarles a llevar todos sus cuidados y perplejidades al gran Portador
de cargas.
Dios ha señalado la relación que hay entre el pecado y la enfer-
medad. Ningún médico puede ejercer durante un mes sin ver esto
ilustrado. Tal vez pase por alto el hecho; su mente puede estar tan
ocupada en otros asuntos que no fije en ello su atención; pero si
quiere observar sinceramente, no podrá menos que reconocer que el
pecado y la enfermedad llevan entre sí una relación de causa a efecto.
El médico debe reconocer esto prestamente y actuar de acuerdo con
ello. Cuando conquistó la confianza de los afligidos al aliviar sus
sufrimientos, y los rescató del borde de la tumba, puede enseñarles
que la enfermedad es el resultado del pecado; y que es el enemigo
caído el que procura inducirlos a seguir prácticas que destruyen la
salud y el alma. Puede inculcar en sus mentes la necesidad de abne-
gación y de obedecer a las leyes de la vida y la salud. Especialmente
en la mente de los jóvenes puede implantar los principios correctos.
Dios ama a sus criaturas con un amor a la vez tierno y fuerte.
Ha establecido las leyes de la naturaleza; pero sus leyes no son
exigencias arbitrarias. Cada: “No harás,” sea en la ley física o moral,
contiene o implica una promesa. Si obedecemos, las bendiciones
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acompañarán a nuestros pasos; si desobedecemos, habrá como resul-
tado peligro y desgracia. Las leyes de Dios están destinadas a acercar
más a sus hijos a él. Los salvará del mal y los conducirá al bien,
si quieren ser conducidos; pero nunca los obligará. No podemos
discernir los planes de Dios, pero debemos confiar en él y mostrar
nuestra fe por nuestras obras. ...
El esfuerzo requerido por el ejercicio de la medicina
El médico se ve casi diariamente frente a frente con la muerte.
Está, por así decirlo, pisando el umbral de la tumba. En muchos
casos, la familiaridad con las escenas de sufrimiento y muerte resulta
en descuido e indiferencia para con la desgracia humana y temeridad
en el tratamiento de los enfermos. Los tales médicos parecen no tener
tierna simpatía. Son duros y abruptos, y los enfermos temen su trato.
Esos hombres, por grande que sea su conocimiento y habilidad,