Página 167 - Joyas de los Testimonios 2 (2004)

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Josué y el ángel
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“Si guardares mi ordenanza, ... entre estos que aquí están te daré
plaza.”
Zacarías 3:7
. Los ángeles de Dios irán a cada lado de ellos,
aun en este mundo, y ellos estarán al fin entre los ángeles que rodean
el trono de Dios.
El hecho de que los hijos reconocidos de Dios están representa-
dos como de pie delante del Señor con ropas inmundas, debe inducir
a todos los que profesan su nombre a sentir humildad y a escudriñar
profundamente su corazón. Los que están de veras purificando su
alma y obedeciendo la verdad, tendrán una muy humilde opinión
de sí mismos. Cuanto más de cerca vean el carácter sin mancha de
Cristo, mayor será su deseo de ser transformados a su imagen, y
menos pureza y santidad verán en sí mismos. Pero aunque debemos
comprender nuestra condición pecaminosa, debemos fiar en Cristo
como nuestra justicia, nuestra santificación y redención. No pode-
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mos contestar las acusaciones de Satanás contra nosotros. Cristo
solo puede presentar una intercesión eficaz en nuestro favor. El pue-
de hacer callar al acusador con argumentos que no están basados en
nuestros méritos, sino en los suyos.
Sin embargo, no debemos conformarnos con una vida pecami-
nosa. Debiera despertar a los cristianos e inducirlos a un celo y
fervor mayores para vencer el mal, el pensar que todo defecto del
carácter, todo punto en el cual ellos no alcanzan la norma divina,
es una puerta abierta por la cual Satanás puede entrar a tentarlos
y destruirlos; y además, que todo fracaso y defecto de su parte da
ocasión al tentador y a sus agentes para echar oprobio sobre Cristo.
Debemos dedicar toda energía del alma a la obra de vencer, y acudir
a Jesús a fin de recibir fuerza para hacer lo que no podemos hacer
nosotros mismos.
La iglesia remanente
Ningún pecado puede tolerarse en aquellos que andarán con
Cristo en ropas blancas. Las vestiduras sucias han de ser sacadas,
y ha de ponerse sobre nosotros el manto de la justicia de Cristo.
Por el arrepentimiento y la fe, somos habilitados para prestar obe-
diencia a todos los mandamientos de Dios, y somos hallados sin
culpa delante de él. Los que recibirán la aprobación de Dios están
ahora afligiendo sus almas, confesando sus pecados, y suplicando